Cerrando abril se coló Amalia, de José Mármol. Me gustó mucho por el ambiente que describe, la situación histórica, la acción muy bien relatada. Me acordé de Walter Scott, de Victor Hugo… Algo de Dickens…Lo único pesado del relato son las partes románticas, ¡jaja, qué anticuadas!
Pude terminar el libro del viaje de Paul Theroux en tren desde Boston hasta Esquel (pasando por Buenos Aires y un encuentro con Borges; nunca me va a simpatizar Borges pero sí me gustaron algunas cosas de las que hablaron). Y Theroux tiene sus momentos, su sensibilidad y su humor… Pero me pregunté varias veces qué hacía yo ahí y no en los clásicos.
(Es increíble pero en dos libros tan distintos se dio una coincidencia. En boca de una persona real que Theroux se encontró en el norte argentino se repite casi la misma idea que Mármol pone en el pensamiento de su protagonista: que los argentinos no podemos asociarnos en una causa común. Somos buenos trabajando individualmente pero no en equipo, dijo un señor Naveiro. Nos cuesta asociarnos, aún en los casos en que a todos nos molesta una misma cosa y deseamos cambiarla, como un tirano).
Los ensayos de Belloc son como grajeas que voy consumiendo de a poco y ya tendrán su manifestación acá, van a ver. También va de a poco ese “museo” que es “La otra Buenos Aires”. Ando con ganas de meter algo para seguir acompañando a las grajeas y a los recorridos porteños: Mosquitos de Faulkner, o algo de Ramón Gómez de la Serna, o releer Retorno a Brideshead (nunca lo supe apreciar bien), o terminar Ivanhoe, o… Sí, ya sé, algunos de estos tampoco son clásicos, ni en un sentido laxo del término.
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