La entrada anterior no pretende negar la importancia de la actividad humana “hacia fuera”. Hay un presupuesto que los comentaristas supieron entrever. Y de eso yo quisiera decir también algo.
Tanto la actividad humana ad intra como la actividad humana ad extra tienen valor si se dirigen a uno mismo (la primera) o a las cosas y personas (la segunda) de una forma particular.
En la realidad tenemos huellas para rastrear la Verdad y para eso debemos ver a la primera como signo de algo superior. Mediante la sorpresa por su misma existencia, por su calidad de don, por su orden y por su belleza, podemos ver a la realidad como creación. Y de ahí nos podemos remontar hasta su Creador.
De la belleza de las cosas creadas, en particular, sentenció San Isidoro de Sevilla: “Por la belleza de las cosas creadas nos da Dios a entender su belleza increada que no puede circunscribirse, para que vuelva el hombre a Dios por los mismos vestigios que lo apartaron de Él; en modo tal que, al que por amar la belleza de la criatura se hubiese privado de la forma del Creador, le sirva la misma belleza terrenal para elevarse otra vez a la hermosura divina”.
De la belleza de las cosas creadas, en particular, sentenció San Isidoro de Sevilla: “Por la belleza de las cosas creadas nos da Dios a entender su belleza increada que no puede circunscribirse, para que vuelva el hombre a Dios por los mismos vestigios que lo apartaron de Él; en modo tal que, al que por amar la belleza de la criatura se hubiese privado de la forma del Creador, le sirva la misma belleza terrenal para elevarse otra vez a la hermosura divina”.
2 comentarios:
Sí, la Realidad nos lleva a Dios, incluso aunque no seamos personas muy profundas; basta con fijarse un poco.
Vivo en Madrid, donde hay mucha contaminación. Por las mañanas, cuando voy de Misa al trabajo, el sol del amanecer se cuela entre las ramas de los árboles otoñales, y se refleja en la densidad de la contaminación del aire. Por eso, de los árboles salen rayos de luz, como en los cuadros místicos de Rubens o de Tiépolo, y al verlos es imposible no pensar en Dios, en concreto en el Espíritu Santo, todo luz.
Gracias por comentar.
Es el mismo Espíritu Santo el que te permite decir esas palabras, que te permite pensar en Dios al ver la luz (la razón sola no podría, quizás).
"Kant (...) confesó que el momento en que sentía suscitarse en él una objeción total a su teoría según la cual el hombre no puede, a partir de la realidad, remontarse a un Creador, era cuando salía de casa y, al levantar la cabeza, contemplaba el cielo estrellado (Cf. I. Kant, Crítica de la razón práctica, Ed. Sígueme, Salamanca 1995, pág. 197)". (Fuente)
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