sábado, 22 de agosto de 2009

Nota de autor

El título de la entrada es el de un poema de Enrique García-Máiquez:

Hay lectores que piensan que soy tonto
puesto que soy feliz, y es cierto
que salgo sonriendo en mis poemas,
encantado, inocente, satisfecho.

Sucede que mi alma está mordida
-como un bolígrafo- por el extremo
que no escribe y resulta que me trago
muy masticados mis remordimientos.

Si se me escucha alegre
(dejando aparte el hecho
de que escribir un buen poema es ya un motivo
sobrado de alegría), es porque canto alegre y es por eso

que canto poco. Mientras,
entre una línea y otra, oculto, corre el tiempo,
y por él va el dolor
a un profundo silencio.

No temáis que ahora empiece a contaros mis penas;
aunque quiera, no puedo.
Pensad que soy el tonto sonriente
que siempre quise ser. Y que soy escribiendo.

Dice el mismo autor que “el lector es un fingidor” (Cuento mi vida pero lees la tuya...), así que ya no hay nada que ocultar.

Diré que he aquí un poema que nos remite en cierta forma a la alegría cristiana, aunque no se diga en él nada del cristianismo. Diré más. Diré que aquí el autor en cierta forma evangeliza, aunque no se anuncie expresamente el evangelio, y aunque el mismo autor no se lo proponga (o hasta pueda horrorizarse con mis palabras).

La alegría cristiana es como la alegría de Enrique. Una locura, una tontera para el mundo. Idiotas sonrientes. Pero yo (esto ya se trata de mí, lo dijimos) prefiero pasar por el tonto. Prefiero ser el tonto que cree en la necesidad de felicidad que tiene en su alma, que ser un mal llamado realista.

No se trata de negaciones, de reprimir pensamientos o dudas. Valga aclararlo. Creo que por eso es justa la palabra masticados, y por eso es genial la imagen elegida del lápiz, y no sólo por eso.

Es procesar, no tapar. Es destilar lo que nos pasa, en principio para “hacerse a uno mismo”. Pero si es poesía es también para dar (lo mejor) a los demás. Se trata de dar un mensaje de alegría, de esperanza, hasta podríamos decir de fe. Es también no descargar en los demás, y así no fomentar en ellos, la amargura y la desesperanza.

Por eso, como ya dije, publicar este poema (y vivir como en él se dice) es como evangelizar. Es la forma de evangelizar de un laico a través de su vocación de poeta. Porque es un testimonio, es ser testigo de la alegría.

8 comentarios:

E. G-Máiquez dijo...

Yo no me horrorizo, me honorizo con tus palabras. Muchísimas gracias, y a ver si consigo estar a la altura de tu comentario. Abrazo fuerte, E.

Juan Ignacio dijo...

Me alegro entonces que no te horrorices, ja, ja...

Natalio Ruiz dijo...

Verdadero y bello.

Es un tema arduo y hermoso el de la alegría del Cristiano. Es verdaderamente sencillo de entender aunque muy complicado de explicar.

No es gritona ni estridente pero tampoco es esa sonrisa falsa que pinta sólo por fuera, sale a borbotones pero nunca explota.

Todo un tema. Voy a pensar más.

Respetos.

Natalio

Juan Ignacio dijo...

Gracias, Natalio.

Ego dijo...

La alegría es y ha de ser una ley. Pero no es bueno imponer nada, de ahí que hemos de promulgarla. Ojalá aprendamos a llevar la alegría a todos los prójimos que nos vayamos encontrando por el camino. Me parece el dogma más firme, válido y necesario, y más en los tiempos que corren.

La risa moverá el mundo. La esperanza, la ternura. El seguir. La luz.

Un abrazo

Juan Ignacio dijo...

Y la caridad lo salvará.
Gracias, Ego.

Atiza dijo...

Pero que cosa tan bonita, por Dios!

Juan Ignacio dijo...

¿Ha visto?