Para hablar de Cuaresma y Pascua en otoño, hay que acudir a poetas del sur, como Ibáñez Langlois.
De su libro de 1968, Eterno es el día, la primera parte de Miércoles de Ceniza. Poema que aún me resulta algo oscuro, pero con muchas luces que puedo entrever.
De su libro de 1968, Eterno es el día, la primera parte de Miércoles de Ceniza. Poema que aún me resulta algo oscuro, pero con muchas luces que puedo entrever.
El otoño es la lámpara invisible
de tu gloria, el anillo predilecto
de tus años eternos.
El espejo que arcángeles eligen para
hablar entre sueños a la pálida
memoria de la tierra.
Lo que un árbol conoce, lo que un árbol
ignora de este mundo, sus adioses a los
reinos que pasan.
El otoño es tu casa en el exilio,
tus ardientes costumbres sobre el techo
de los cielos extraños.
El fuego de tus últimos vitrales
que yerran, encendidos, por las cumbres
de la roja cuaresma.
Pasan nubes sin agua que los vientos arrastran,
los árboles del tiempo suspiran y fenecen,
todo llora y se va. Y tú de tierra en tierra,
y tú de muerte en muerte más visible te tornas
con tus manos de otoño, tu llorosa cabeza,
tu inmensa despedida de mis ojos, oh Dios.
Te he buscado en el día ceniciento;
de noche, retirado a mis entrañas
te he buscado. En la luz del gran estío
se vio de ti un temblor sobre los vientos
como quien ha pasado. Pero, otoño,
he sabido que moras y apareces,
oh Dios, entre castaños, a lo lejos,
de pronto, amor, lluviosa epifanía
de mis ojos.
¿No han girado tus puertas en la tarde
y han pasado, temblando, las miríadas?
Se han alzado en la tierra sacramentos,
el anciano del polvo, y en su reino
un rosal que perdona, y una piedra
besada por la muerte.
Una piedra que salva, y un color
que nació de los bosques, y va errante
por los ojos, y sufre, y a su imagen
eterna se retorna.
Una santa ceniza, y un desierto
que viaja con nosotros, y cuarenta
jornadas de hambre y sed para las grandes
tentaciones de otoño.
El otoño trabaja para tí.
¿No devuelve a tus manos cada noche
un errante extranjero?
La impura del estío, el incendiario
de soles y moradas, los que odiaron
tu niñez insepulta en los jardines,
el viejo mercader de las doncellas,
han hundido su frente con ceniza
en el agua de otoño, funeraria,
y han quemado en la llama sin memoria
sus imperios de sangre.
Y los hijos que emigran, buscadores
de un antiguo silencio, los que vagan
entre nieblas en busca de tu rostro,
los ciegos que presienten una rosa
en la bruma, han llegado a los exilios
del esposo, a las llamas del desierto,
y sus ojos ya se alzan como fuegos.
La ceniza trabaja para ti.
Los enfermos del bosque se han hundido
en el gran sacramento
del otoño.
4 comentarios:
Efectivamente, es algo oscuro.
Me hace gracia la vinculación entre el miércoles de ceniza y el otoño. En Europa es justo al revés, claro: sales de la iglesia con la ceniza en la frente y ya huele a primavera, quizá hasta haya flores abiertas ya. Así, la Cuaresma viene a ser como una primavera del alma y de la fe, que se abrirá totalmente en el Domingo de Resurrección.
Sí, la relación de Pascua con Primavera es histórica y está todo el tema de las fiestas judías y las fiestas de la naturaleza.
Pero como eso no lo podemos vivir aquí, es reconfortante encontrar otra imágenes.
Las cenizas quedan mucho mejor en otoño, por ejemplo.
Lo que un árbol conoce, lo que un árbol
ignora de este mundo, sus adioses a los
reinos que pasan.
Me acordé ayer de tu post, Juan Ignacio. La ceremonia de la Misa de la ceniza fue triste, con mucha gente mayor, con una homilía sombría, todo muy otoñal, algo mortecino. Pero al salir había ya algún pajarito cantando y los árboles del jardín de la iglesia olían ligermante, como anunciando la lejana Pascua de Resurrección.
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