En la consagración un chico gritó y lloró. Como ya dije alguna vez: desde que tengo chicos, no me distraen más los chicos. Pero este grito surgió de repente y entonces me estremecí.
Grito y lloró y quizás inquietó a muchos, desde su madre hasta el cura, pasando por algunos fieles que no pudieron evitar dirigir sus miradas hacia el suceso. Y así y todo, quizás fue el niño el que mejor estuvo en la consagración.
Creo que el silencio es la mejor actitud contemplativa ante el misterio. Pero si estábamos, como tantas veces, insensibles frente al enorme misterio de la consagración, ¿no nos hizo un favor sacudiéndonos con ese grito? ¿No deberíamos estremecernos a diario frente al misterio de la consagración?
domingo, 17 de julio de 2011
Estremecimiento
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3 comentarios:
Deberíamos, y más aún por comulgar, ¡si creemos que es Dios mismo que pasa a habitar en nosotros! Es tremendo, y no lo calamos.
Saludos
Bueno, para mi la consagración siempre es un momento tenso, digamos que quisiera tener una fe evidente, clara, sin dudas, y que se lo pido a Dios con mucha intensidad en ese momento. "¿Realmente está Dios ahí a partir de ahora?", y quisiera poder decir un SÍ tajante.
Por eso me molesta, mucho, cualquier ruido en ese momento.
Y por eso me molesta, todavía más, que tras elevar la Hostia el sacerdote la tire a la patena, como si no fuera un ser vivo, como quien tira un objeto en una mesa.
De acuerdo con Fernando. Hay sacerdotes u otros manipuladores de las formas sagradas que lo tratan y vappulean como si no tuvieran fe. Hasta con lo divino se nos mete la rutina.
Saludos
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