Cuando fue a los de sus padres les pidió prestado el tomo “Obra poética”, de Jorge Luis Borges. Fue leyendo y anotando.
Borges, Luna de enfrente, La promisión en alta mar. Hay allí un verso que me suena marechaliano. Dice así: “Ante su firmeza de luz todas las noches de los hombres se curvarán como hojas secas”.
Luego descubrió “Alexander Selkirk” y lo puso en Facebook.
Luego descubrió “El otro”:
En el primero de sus largos miles
De hexámetros de bronce invoca el griego
A la ardua musa o a un arcano fuego
Para cantar la cólera de Aquiles.
Sabía que otro —un Dios— es el que hiere
De brusca luz nuestra labor oscura;
Siglos después diría la Escritura
Que el Espíritu sopla donde quiere.
La cabal herramienta a su elegido
Da el despiadado dios que no se nombra:
A Milton las paredes de la sombra,
El destierro a Cervantes y el olvido.
Suyo es lo que perdura en la memoria
Del tiempo secular. Nuestra la escoria.
“(…) El que hiere / De brusca luz nuestra labor oscura”, muy bueno.
Y encontró en “Límites” aquello de los libros que quizás nunca lea. Pero también una idea sobre las calles que quizás pisó por última vez. Y pensó nombres al azar como Arregui, Urdinenea, Lisandro de la Torre, Tres Sargentos…
Las “calles que ahondan el poniente” es muy linda imagen.
Recordó que en alguna época del año el sol se pone por la Avenida San Martín.
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