Desde que descubrí a Dickens se me ha hecho muy querido. Y aunque solo leí David Copperfield, leí y estoy leyendo cosas sobre Dickens. Luego, como estoy releyendo mi ya-querido-desde-hace-tiempo Adán Buenosayres, empiezo a tener presente a ambos autores, Dickens y Marechal.
Y no es que descubrí relaciones entre ambos, pero sí quizás cosas para comparar, para pensar. Apenas releí el nacimiento de Samuel Tesler recordé y fui a presenciar otra vez el de David Copperfield. No es que tengan algo en común, es solo que los dos están llenos de un gran humor. Distinto, pero cada uno genial a su modo.
Más tarde aparece un tercer jugador. Justo cuando Marechal hace una referencia indirecta al hombre que fue Jueves, me regalan la biografía de Dickens hecha por Chesterton (genio de mis preferidos, y del humor también). Y en las primeras páginas descubro esto:
“El optimista es mucho mejor reformador que el pesimista; el que está persuadido de que la vida es excelente, es el que más la modifica. Parece esto una paradoja, y sin embargo, la razón es obvia. Podrá el espectáculo del mal encolerizar al pesimista; sólo el optimista es capaz de sorprenderse ante él. Es menester que el reformador posea una ingenua disposición de sorpresa, una capacidad de pasmo violento y virginal. No basta que le acongoje la injusticia; es necesario que le parezca absurda, una anomalía en la existencia, y asunto más que para lágrimas, para desatarse en risa demoledora”.
Si bien el punto es otro, no deja de sorprender ese final. No solo habla de que le parezca absurdo, o una anomalía, o le acongoje el mal o la injusticia, sino que le desate la risa. ¡Caramba! ¿No será este optimista de Chesterton alguien que posee ese humor angélico del que habla Marechal, alguien que tiene “la sonrisa que tal vez los ángeles esbozan ante la locura de los hombres”?
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