Dijimos que Dickens y Kierkegaard hablan de heroísmo
cotidiano (por aquí). Dice Chesterton en la biografía de Dickens que llamar
héroe a un personaje de una novela moderna es un vestigio, en la misma, del
antiguo folklore o cuentos de hadas. Dickens hace personajes eternos. Hace
mitología, dice Chesterton, con los personajes de la vida corriente. Crea
deidades. Son personajes que trascienden los relatos y estarán siempre allí
cuando los vayamos a buscar. Pero el mundo moderno no quiere deidades ni
héroes. (A mí mismo me pareció exagerada la Inés, por ejemplo, de David
Copperfield; ella y la relación con David). El mundo moderno no cree que eso
sea posible. Y por no anhelarlo cae y se revuelca en el barro y no es feliz.
Dice Chesterton: “En
una palabra: si los escritores modernos describen la vida en narraciones
cortas, es porque sienten profundamente que la vida es, en sí, una historia
extraordinariamente corta, y acaso ni siquiera verdadera. Pero en aquella
literatura antigua, incluso en sus producciones cómicas (cierto, sobre todo, en
éstas), ocurre justamente lo contrario. Sentimos los personajes como objetos
fijos, sobre los que solo no es dable lanzar miradas furtivas, es decir, los
sentimos como divinos”.
Y que haya dicho lo de las producciones cómicas me
hace volver a pensar en el “humorismo angélico” de Marechal. Miren, si no, lo
que dice Chesteron más tarde: “Esto es lo
primero que hay que decir de Pickwick [Los papeles póstumos…] (…) Porque se trata aquí, primero y principal,
de una historia sobrenatural: Mr. Pickwick era un hada (…) Mr. Pickwick no es propiamente un
encantador, sino el príncipe encantado; es decir, es el vagabundo abstracto,
errante de sorpresa en sorpresa: es el Ulises de la comedia; un ente, a medias
hombre y a medias duende, lo bastante humano para errar y asombrarse, y , sin
embargo, dotado de ese fatalismo alegre
que es atributo de los seres inmortales (…)”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario