El tamaño de los colectivos y sus carteles luminosos producen un fuerte contraste cuando recorren esas tranquilas callecitas de barrio. Este parece que frena cabeceando cuando llega a la avenida; quizás no esperaba a nadie en esa parada hoy, pero estoy yo. El cartel que indica el ramal dice varias cosas pero tiene además una pequeña franja luminosa azul. “Azul, ¿no?”, le pregunto al chofer. No sea que se trate de un adorno (antes el azul era un cartel de algún material sólido).
Hace mucho que no viajaba en colectivo (no tanto como me imputaron cuando supieron que lo iba a hacer pero bastante si descontamos, claro, un viaje a La Plata con F.). Van a ser varios días esta vez. Sería muy exagerado decir que es una penitencia cuaresmal pero podríamos ofrecer las molestias que estos viajes me ocasionen (aunque para eso no debería decirlo acá, ¿no?). Sería muy exagerado porque nunca me molestó ir en colectivo. Aunque ya van tres viajes y me cansé más de lo esperado. Estoy abacanado.
En las tres unidades que tomé hasta ahora me preocupó una cosa. Una cosa que no me molestó tanto (solo en uno, quizás). Pero lo noté en todos. No sé si era el chofer que hacía frenadas y arranques poco suaves, como impaciente ante un tránsito que arranca y frena, medio embotellado, o si era culpa del sistema de caja automática y su regulación.
Claro que si esto lo comparamos con un viaje en diligencia de Londres a Dover en 1775 yo estaba viajando en primera. Digo eso porque cuando “el azul” se fue vaciando pude sentarme y leer un poco “Las Dos Ciudades” de Dickens, que empieza con un viaje como el mencionado. Es muy probable que ese libro sea mi lectura para los viajes (mientras que “La Ciudad de Dios”, del santo africano, ya es la de la mesa de noche). Como conductor cada vez más frecuente siempre extraño la posibilidad de leer en el viaje.
Al final esto de viajar en colectivo dista mucho de ser un sacrificio. Ojalá pueda aprovecharlo para otra cosa. La sensación de estar en camino es más fuerte con estos viajes.
Post scriptum: Cuarto viaje. Estos bondis automáticos tienen la culpa. Transitando despacio, cada vez que suelta el acelerador, cabeceo.
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