Siempre me pregunté por qué los traductores de los libros no tienen nada de fama. Su nombre figura chiquito entre la ficha y otros datos del libro, mientras que un prologuista cualquiera aparece fácilmente en grandes letras en la tapa. Siempre me lo pregunté pero hoy al menos sentí que no estaba equivocado en mi percepción.
Porque en mis palmeras salvajes faulknerianas, una mal recortada y por ende de feos márgenes edición de Edhasa, abajo de "título original" y encima de "diseño de la colección" aparece bajo el título de traductor el nombre de nadie menos que de Jorge Luis Borges. (Mientras que en la tapa se anuncia casi con el mismo tamaño que el título el "Prólogo de Juan Benet"). Si ni Borges pudo hacer destacar la labor del traductor, qué más cierto que lo que yo pensé y por cuyo porqué empecé la entrada preguntándome.
No niego que puede haber sesudos prólogos o, aún más, regios estudios preliminares, pero el trabajo del traductor es artístico y es el arte lo que uno debe apreciar cuando va por un texto literario (porque todo este tiempo estuve pensando en textos literarios, claro).
Es arte encontrar la palabra o la expresión adecuada. Es cosa que Google no sabe aún hacer y dudo que alguna vez lo pueda. Pero no hace falta seguir explicando, porque se han dicho muy interesantes cosas al respecto y no es aquí donde conviene que pierdan el tiempo leyendo sobre el tema.
Lean por ejemplo esta vieja entrada de "Rayos y Truenos"...
1 comentario:
Hay una edición española que anuncia en la tapa el prólogo de Borges y no menciona al prologuista. Pero eso no quita lo que ha pasado aquí y lo que pasa a muchísimos traductores...
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