domingo, 14 de agosto de 2022

El libro y los días

Me da la sensación de que los personajes de Faulkner tienen muchas miserias morales pero la gran mayoría no presume de ellas. Hasta dan pena. No creen en el pecado pero creo que son sinceros, no malvados. Piensan. No se conforman con su estado. (¿Me ilusiono?)

Me detengo en la página 114. (Como escribí por ahí, en las páginas "cienes" pienso en colectivos). 114. Lo recuerdo de Barrancas hacia el oeste. Verifico y llega a Devoto, luego dobla al sur y cuando va por allá hace un peculiar "acompañamiento" a la Dellepiane. Llega a Puente de la Noria.

Me detengo en la página 172. Sorprende saber que este colectivo, una de cuyas puntas estaba cerca de mi casa, mantiene los colores de entonces. Bastante boquenses.


Las palmeras salvajes no es gran cosa. Tiene sus momentos. Después de las metáforas de Miró, la comparación de las de Faulkner contra ellas me resultan cómo oscuras contra claras; geniales pero algo oscuras. Quizás sea el ambiente en dónde aparecen, todo lo que pasa antes y después.
"Había un altoparlante en el bar, sincronizado también; en ese momento, una voz impersonal y cavernosa bramaba deliberadamente una frase de la que se distinguía una que otra palabra, “tren”, luego otras que la mente reconocía uno o dos segundos después, como nombres de ciudades esparcidas en el continente, ciudades vistas más que nombres oídos, como si el oyente (tan enorme era la voz) estuviera suspendido en el espacio mirando el globo terráqueo girar pausadamente entre las nubes y revelar en fragmentarios vistazos las evocativas y extrañas divisiones de la esfera restituyéndolas a la nube y a la neblina antes que la visión y el entendimiento pudieran percibirlas del todo".
Me gusta más la novela paralela dentro de la novela, El viejo (The old man, como le dicen al Mississippi). Me fascinan todas las cosas relacionadas con ese poderoso río. Y la pintura de Faulkner cuando el camión de presidiarios va por el camino hacia el sur es realmente una pintura. Y cuando el tipo caza cocodrilos. Y cuando entrega todo de vuelta.

Me detengo en la 208, exhausto de la historia. No hay colectivo aquí que yo recuerde, pero debe existir. (Los mayores a 199 ya son puramente de GBA y si bien algo conozco, no soy experto).

Cerré el libro y salí a luchar con los elementos en la modesta versión de podar una parra que avanzó para todos lados. (Hay una parra justo en lo que acabo de leer de Faulkner). Mientras podo ramas secas me cae una gota fría en la frente. Lo primero que pensé fue en esas mujeres hindúes que tienen un punto rojo en la frente. Dudé un rato acerca de si era agua o savia de la parra (es algo tarde para la poda). Al rato veo que era savia. Eso lo descubrí una primavera. La parra gotea como una canilla que tiene mal el cuerito. Ya está mandando savia "a chorros". Ya es tarde. De todos modos algunas ramas más le tengo que sacar.

Le hago aire sacando algo de ramas de palta.

Mi dedo gordo derecho no puede escribir bien esto porque está acostumbrado a la fuerza del serrucho zapallero.


A veces desespero por un gesto de lucidez, de heroísmo. Pero sé que no lo habrá. Faulkner es patético y desagradable. No sé si al final lo leo por terminarlo. Ella viene y me dice que encontró un cubrecama viejo que es el que había absorbido toda el agua cuando había sido la tormenta y el agua pasó por debajo de la puerta. Había que tirarlo. Y todo eso parecía una historia dentro del mismo libro mientras pasaba. Y al rato tuve que frenar. Estaba cansado de leer. (No había colectivo tampoco).

Corté las ramas ya podadas de la parra, que son como alambres desenroscados, para reducirlas. Con una tijera de podar de una mano. Se volvió a cansar la mano. Volví a leer. Ahora faltan 66 páginas, de 379.


Ya lo terminé. Por fin. Hace mucho que no leía tanto de corrido. "Hubiera sido preferible emplearlo en un mejor libro", pienso.

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