(Hoy más temprano)
En este momento me detengo un rato y miro por la ventana. Bajó una calandria y se posó en las ramas secas de una ligustrina, en una punta que no creció. Aún así, algo picaba la calandria. En la cuarentena las calandrias habían hecho nido en esa ligustrina, o al menos estaban ahí los pichones, pidiendo comida. Y les traían. Las calandrias habían "tomado" toda esa zona. La ausencia de pasantes lo haría un lugar tranquilo. Quizás esta calandria vino a reconocer "aquella" zona (ahora que no hay clases la zona está un poquito más tranquila también). Después bajó, dio unos "pasitos" en el piso, unos saltitos por la máquina de marcar las canchas. Y después se fue.
“¿Por qué, Señor, el hombre pasa por la vida
sin ver el sol que habita en las cosas sencillas,
el resplandor del monte vivo en su alegría,
matando el pájaro y su propio corazón?
No quiero ser un árbol muerto en el camino,
crucificado sin madera ni destino.
Ya no tendré jamás el canto de su pico,
la miel del alma que enjoyara su sabor”.
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