La librería es cara pero tiene algo en sus anaqueles que la hace satisfactoria. Tiene libros usados pero el alquiler que pagan los dueños debe ser caro y la zona permite que vendan los libros a un diez o veinte por ciento más. Su interior es relativamente agradable y siempre descubro alguna cosita en sus anaqueles. Aunque no compre, siempre leo nombres de autores que me gustan en los lomos y eso es agradable. Hay librerías mucho más grandes con lomos más coloridos pero que no me dicen nada. Será que me gustan los clásicos y acá están.
Los que atienden, sean o no los dueños, no son de lo más simpático. Es mucho más agradable, en ese aspecto, otra librería que está más allá (y también tiene libros muy interesantes, aunque no tantos antiguos, pero si lindos libros nuevos y caros). Pero esta "está más cerca" y eso le permite ganar por oportunidad. Además ver sus anaqueles es un poquitito más cómodo que en la de más allá. Lástima por la de allá, tiene su atractivo. Pero yo todavía tengo muchos clásicos por leer. Y esos se consiguen mejor en usado. Y comprar libros usados es mejor, es como llevar perritos de la perrera en vez de comprar nuevos de pedigrí. Y es más ecológico.
Hay algo melancólico, de todos modos, en comprar libros usados… ¿Quién los dejó? ¿Quién los abandonó? ¿Quién sabe qué abuelo de San Isidro tenía en sus estantes esa hermosa edición a dos tomos de Los Hermanos Karamazov, de hojas finas con borde verde, tapa dura y señalador de cintita incorporado? Quizás un día los sátrapas de sus hijos o nietos se deshicieron de la biblioteca solo para poder vender la casa, para que se demuela y se haga un edificio de departamentos…
Yo me hago del libro y creo hacer un bien al sacarlo del "refugio de perritos abandonados" pero no soy más que un eslabón más de esa triste cadena final. No sé si estoy a la altura de darle justamente un buen final a esa historia, no sé si solo me dejo llevar por un apetito desmedido de compra de libros. "No tanto en este caso, quizás", me consuelo, porque tengo una excusa. Es un regalo para ella. Ella quería una edición con letra más grande, ya que no podía con la pocket. Ella es fan del ruso. Y quería leer éste. Uno de los pocos que no había leído de cabo a rabo.
Ella me lo había regalado a mí. El pocket. Ese es otro problema. Ahora tenemos dos ejemplares y no podemos deshacernos de uno (regalárselo a quien no tenga, por ejemplo) porque ambos son regalos. A mi pocket además yo le había hecho una cajita de cartón para que no se vaya deformando en las estanterías…
(...)
J. J. D. es un señor con un currículum muy respetable en lo que a libros se refiere y siempre tuve mucho respeto por su opinión de que a los libros no hay que hacerle marcas o "escribirlos"; aunque sigo sin estar de acuerdo con él y los marco.
Yo, en cambio, no puedo soportar cuando le doblan la esquinita de una hoja a modo de señalador. ¡Qué cosa más desagradable! Cuando compro un usado y encuentro eso (por suerte nadie en casa tiene esa horrible costumbre) lo primero que hago es enderezar esa esquinita.
No sé qué opina el señor J. J. D. de esto y no entiendo cómo puede indignarse tanto de que alguien haga marquitas en un libro. Para entenderlo quizás deba imaginarme que siente algo parecido a lo que yo siento cuando veo las puntitas dobladas...
Aclaraciones posteriores: jamás podría yo marcar un libro con birome o hacer subrayados; lo que a mi gusto es tolerable son las marcas laterales y con lápiz negro tenue.
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