viernes, 12 de abril de 2024

Obse-ñalador

Es inexplicable, sabiendo lo mucho que me molesta tener que cerrar un libro sin tener un señalador, que continúe empezando libros nuevos sin tener uno de aquellos adminículos a mano.

Aunque si uno lo ve de otra forma, no es tan raro. Suelo irme a bañar sin saber si hay toalla, jabón o si está lista el agua caliente. ¡Y qué molestos son esos olvidos! Así que no es tan raro después de todo, que alguien como yo empiece un libro sin tener un señalador a mano.

¿Puede tener algo de enfermiza la sensación de no poder dejar, ni siquiera por una vez o una emergencia, el libro sin señalar al cerrarlo? Estimo que más o menos enfermizo en función de cuánto no podamos hacerlo o qué riesgos corramos por no hacerlo. Y en este aspecto es, si bien inexplicable, al menos tranquilizador saber que uno aún puede empezar un libro habiéndose olvidado tomar un señalador. Es como que esa falta de previsión sería un indicio de que aún no hemos llegado más lejos.

Algo como una obsesión que no genera previsiones. ¿Tiene sentido decir algo así? Como si a alguien le molestara pisar las juntas de las baldosas, pero no llega a tomarse el trabajo de planear por qué calle irá para encontrar menos de ellas. O le molesta que los adornos no estén en un lugar preciso de la estantería, y cada vez que los ve corridos los acomoda, pero no por ello diseña marcas o señalizaciones para evitar que ello suceda.

Así que estaba en el sillón con el librito y ni siquiera quise pararme poniendo el dedo como marcador para ir a buscar un buen señalador. Pedi a G., que pasaba, algo lo más parecido posible a un señalador para poner y así poder levantarme a buscar uno. Y el adecuado, por supuesto.

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