Un libro es como una habitación. Cuando volvés encontrás el peso que acostumbrás a sostener en la mano, el tipo de tapa que abrís, la forma de quedar abierto o de tener que sostenerlo para que no se cierre, el tipo de hoja, la tipografía y todo eso define ese lugar a donde te retirás un momento.
Llámenlo casualidad que después de los últimos pensamientos tocó releer “Los hermanos Karamázov”. Mi nueva edición vieja, y habitación actual, es de traducción española y el starets Zósima es llamado ermitaño (no starets; ¿es esa una traducción acertada?).
Es conocido el pasaje cuando Zósima habla con la señora incrédula y le dice: “(...) Es imposible demostrar nada, lo posible es convencerse (…) mediante la experiencia del amor activo”.
También en otro pasaje, cuando dialogan Iván y Alexei, dice: “¿Amar la vida más que a su sentido? Justamente, amarla más que a la lógica (...) que se halle siempre por delante de la lógica, y solo entonces comprenderé el sentido”.
Y otro pasaje las palabras también de Zósima: “Hay muchas cosas en la tierra ocultas para nosotros, pero en cambio se nos ha dado la secreta e íntima sensación de nuestro vínculo vivo con el otro mundo, con el mundo elevado y superior…”
Pero a mi me gustó esta vez encontrar también algo de esa espiritualidad o fe en la frase de Dmitri: “(...) a pesar de todo, soy tu hijo, Señor, te amo y siento la alegría sin la que el mundo no puede subsistir y ser”.