lunes, 5 de septiembre de 2016

El arte y el dolor

Alguna vez en este blog dijimos cosas de cuestionable valor bajo el provocativo título de “¿Es mejor la música de autores de izquierda?”.

Agarramos una carta de Leonardo Castellani a Leónidas Barletta y citamos eso de que “El ideal cristiano tiene en su fondo el mismo ‘pathos’ del ideal comunista, la existencia del dolor en el mundo”.

Y concluímos con propias palabras: “El pensamiento de izquierda parece tener una sensibilidad especial para el dolor. El ‘dolor’ incluye también la angustia existencial, la pregunta por el sentido, que todo hombre experimenta. Y eso es tema de muchas composiciones musicales, o se refleja en el tratamiento que se da a otros temas menores. Es por eso que el autor de izquierda puede lograr expresar cosas de manera tal que un cristiano puede llegar a encontrar en ello algunas coincidencias”.

Hoy, seis años después, leo un artículo del español Juan Manuel de Prada (vía Antonella Facello) y encuentro ideas geniales para seguir pensando en aquel viejo tema. Dice cosas como:

¿Cómo esa muchacha incapaz de completar correctamente una frase pudo componer canciones tan bellas y estremecedoras como Love is a Loosing Game o Back to Black? Porque Amy Winehouse había sido agraciada (o desgraciada) por el don del arte, por ese quod divinum al que se refiere Horacio, que sopla donde quiere; y que no suele enamorarse de personas atildaditas y morigeradas, sino más bien desastrosas y caóticas, por lo común habitadas (invadidas) por el dolor”.

O como:

“(…) el arte nace en estos territorios borrascosos en los que sólo las almas muy aguerridas son capaces de aventurarse. Para que prenda la llama del arte, hay que abrazarse al dolor y fundirse con él. Una vez fundido con el dolor, el artista puede hallar una luz divina que lo rescate, sane y recomponga; o, por el contrario, puede ser atrapado por una luz infernal que lo devore y aniquile (…)

Pero no hay arte verdadero sin esa ofrenda en la hoguera trágica del dolor; y todo intento de tomar un atajo es inútil. Para atreverse a arder en esa hoguera hay que ser, desde luego, un poco insensato, un poco loco; pues sólo los insensatos y los locos tienen cuajo para asomarse al abismo y dejar que la belleza les lance sus dentelladas feroces, que a veces matan”.

Impresionante.

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