A veces la misa dominical llega como una piedra en medio del río torrentoso de nuestras vidas. Una piedra no alcanza para frenar el torrente y el río pasa como puede, por arriba, por los costados. El río torrentoso sólo se detiene en un remanso, pero rara vez llegamos a la misa como a un remanso.
De las cosas que nos ayudan a hacer de nosotros ríos tormentosos y nos dificultan encontrar la calma, una de ellas es estar permanentemente “divertidos”, conectados hacia fuera pero no desde adentro, evadidos (con mayor o menor razón, con mayor o menor culpabilidad); cosas del progreso: televisión, Internet, teléfonos celulares. Estos últimos nos siguen hasta la misma misa. Pero no vengo acá a quejarme sino a comentarles a Uds. algo que acabo de descubrir.
El hombre tiene la capacidad de utilizar el progreso para sacar de él un bien, con la gracia de Dios. Y en este caso, el mismo teléfono celular que puede acelerar nuestro torrente y hacernos pasar por la misa como si ella sólo fuera un obstáculo, puede también darnos una ayuda importante a la hora de detenernos y entrar en el clima de la celebración eucarística.
No, no se trata de obtener vía conexión a Internet las lecturas que se leerán, o un recordatorio acerca del santo del día. Se trata, al contrario, de armarse la costumbre de extraer el teléfono de dónde se encuentre (cintura, bolso, etc.), presionar con sentimiento la tecla de apagado, escuchar como da su último “bip” y volver a guardarlo, solemnemente (se podría agregar, si pensamos que no llega a ser una ostentación, sino sólo el sano orgullo del que cumple un deber, una mirada en torno, con el pecho hinchado de ese orgullo). Y hacer de ese acto una costumbre, una obligación, algo de todos los domingos (y los otros días en que vayamos a misa).
Hay quien puede llegar cinco minutos antes a la misa, hay quien tiene esa u otras maneras de irse poniendo en “clima de oración”, como dicen. Pero el que no lo puede hacer, el que no tiene a su alcance ese u otros gestos, puede hacer el del “apagado del teléfono celular”. Es sólo un pequeño gesto exterior, pero puede ayudar mucho al reposo del interior, del alma, a una mejor preparación en vistas la celebración por comenzar.
8 comentarios:
Me gustó mucho éste.
De todos modos, si no tenemos el último motorola con mp7 y cámara infrarroja igual lo podemos apagar a lo disimulado dentro del bolsillo o estuche...
Ah, si no es el último modelo también lo podemos sacar y aprovechar para vencer el temor al qué dirán...
¡Oye! yo lo hago siempre. Si no lo he apagado antes de entrar, lo hago con mucho ruido y veo a mi alrededor como se revisan bolsos y bolsillos para apagarlos. Claro, hay quienes son inmunes a toda "sugerencia": letreros, avisos por los parlantes, "la cucaracha que no puede caminar" en el asiento del lado y la señora que sale disparada a contestar afuera pues en el revoltijo el bicho inoportuno y estridente ya aúlla. ¡Y para qué hablar de las miradas y tecleteo contínuo de algunos durante la misa a sus aparatos. En fin, una plaga que llegó para quedarse. Sólo falta cultura.
Saludos, mucho tiempo que no venía a verte.
Pensé que era el único que disfrutaba el "solemne acto" de apagar el celular.
Hace mucho que no comentaba acá. Saludos.
Aeronauta:
Que a alguien le suene: mal (aunque cualquiera tiene un olvido). Pero que salga a atender: ¡patético!
Sangre Azul:
Gran testimonio.
Entendible: Que te suene el celular porque te olvidaste de apagarlo.
Irrespetuoso: Que lo atendás.
Terriblemente irrespetuoso: Que lo atendás y te pongás a hablar en medio de la Misa.
Entendible: Que le suene el celular a una persona en Misa.
Estúpido: Que le suene el celular a una segunda persona en Misa.
Terriblemente estúpido: Que le suene el celular a una tercera persona en Misa.
Todos los ejemplos han sido presenciados por este humilde comentarista de blogs.
He llegado a decir: "Señor, en un momento puede que la Transubstanciación le interfiera con la señal, ¿puede irse a hablar afuera?"
Amén al post y a los comments también, para quien lo sufre del otro lado del mostrador.
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