Guardini cita dos textos bíblicos que son claves para entender la “inutilidad” de la liturgia. Uno es un pasaje de la visión de Ezequiel en
Ez 1,4ss. Y el que él llama “definitivo” es el de Proverbios 8, 30-31, donde se habla de la Sabiduría: “
Cum eo eram, cuncta componens; et delectabar per singulos dies LUDENS coram eo omni tempore: LUDENS in orbe terrarum”.
[*] Podemos leer allí la figura del Hijo. “El Padre halla su alegría y su gozo en la contemplación del Hijo, plenitud de la verdad, que difunde ante sus ojos los infinitos tesoros de su belleza, de su sabiduría y de su bondad, (...) del Hijo que se recrea, ludens, jugando, ante el Padre”. Asimismo es la vida de los ángeles, “que se complacen, sin ningún fin ni objeto práctico, en moverse misteriosamente delante de Dios (...)”
También en este mundo encontramos dos manifestaciones vitales que tienen la misma inutilidad: los juegos del niño y las creaciones del artista.
Los juegos de los niños están libres de toda finalidad práctica, pero impregnados de profundo sentido, “y éste no es otro que el de expansionar su vida incipiente y traducirla en pensamientos, impulsos y movimientos, para lograr su plenitud de vida: en una palabra, para demostrar la conciencia de su ser, de su existir. (...) La expresión de esa vida se desborda y trasciende al exterior, llena de cautivadora armonía, bajo las formas de la más pura y desinteresada belleza; su conducta, su vivir se convierte espontáneamente en ritmo y movimiento, en imagen y armonía, en canto y acompasada rueda”.
Luego, cuando la vida avanza, el hombre se plantea lo que quiere y debe ser, pero al intentar hacerlo la vida pone obstáculos y el hombre toma conciencia de lo arduo de su objetivo. Entonces busca resolver ese conflicto en la región de la imaginación, en el arte. El arte no busca un fin práctico en sí mismo; “el artista no intenta otro fin que liberar su ser y su ideal, exteriorizándolos, y proyectar su verdad interior por medio de las representaciones vivas”. El espectador, por otro lado, no debe buscar más que el gozo de la contemplación.
“La liturgia tiene, en este sentido, mucho mayor rendimiento aún que la obra de arte. Ella brinda al hombre la posibilidad y la ocasión de realizar, ayudado por la gracia, su esencial y verdadero fin, que es ser lo que debe y quisiera ser, si se mantiene fiel a sus destinos eternos, un verdadero hijo de Dios. (...) Esto es indudablemente algo sobrenatural, pero por eso mismo responde a lo más íntimo de nuestra naturaleza”.
Como la liturgia está muy por encima de lo que la realidad cotidiana nos puede ofrecer, se vale de las formas y armonías del arte (melodía, ritmo métrico, uso de colores y ornatos que no se encuentran en la vida corriente, movimientos solemnes y majestuosos, fechas y lugares detallada y rigurosamente reglamentados y acoplados). “Bien puede afirmarse, en el más alto sentido de la palabra, que es la verdadera vida del niño, en la cual todo está admirablemente combinado: imágenes, ritmos y cánticos”.
“He ahí, pues, el fenómeno admirable, la realidad íntima que se da en la liturgia: el arte y la realidad, admirablemente conciliados, en una sobrenatural infancia, se despliegan y viven bajo la mirada de Dios”.
Sin finalidad práctica pero plena de sentido. “Es que no es un trabajo, sino un juego jugar ante Dios; no crear, sino ser uno mismo la obra de arte, he ahí la esencia de la liturgia. De ahí proviene esa mezcla dichosa de profunda gravedad y de divina alegría...” (Recuerda Guardini la seriedad con que los niños establecen las reglas de sus propios juegos).
Al igual que el artista que lucha por lograr la expresión de su intimidad (que es a su vez imagen de la creación divina, de Dios que ha hecho las cosas sencillamente para que sean, ut sint), así la teorización de la liturgia. “Con un exquisito esmero, a la vez que con la seriedad convencida del niño y la meticulosidad del verdadero artista, se esfuerza también por expresar, proyectándola bajo mil diversas formas, la vida del alma, la dichosa vida del alma, que ha sido creada para Dios, sin más finalidad que la de poder desplegarse dentro de ese maravilloso mundo de imágenes que hacen posible su existencia”.
“Mediante un código de severas leyes, ha reglamentado la liturgia el juego sagrado que el alma ejecuta delante de Dios. (…) Es el Espíritu Santo (…) el que ha ordenado ese juego que la sabiduría eterna ejecuta en el recinto del templo, que es su reino sobre la tierra, ante la faz del Padre que está en los cielos, ‘cuya delicia es habitar entre los hijos de los hombres’”.
“Vivir litúrgicamente, movido por la gracia y orientado por la Iglesia, es convertirse en una obra viva de arte, que se realiza delante de Dios Creador, sin otro fin que el de ser y vivir en su presencia: es cumplir las palabras del Divino Maestro que ordenan que nos hagamos como niños; es renunciar a la artificiosa y falsa prudencia de la edad madura que en todo pretende hallar un resultado práctico, y jugar como David lo hacía delante del Arca de la Alianza”.
[*] Yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de su tierra (y mis delicias están con los hijos de los hombres).