domingo, 13 de septiembre de 2009

Creación y evolución (algo de poesía)

Para poner un poco de aire fresco a estas entradas y darme tiempo para seguir con el libro, les dejo la “Balada del universo”, del húngaro Lázsló Mécs (más datos).

En el huevo oculta la célula se despierta:
“Di-os, Di-os” es el ritmo de veinticinco días.
Late, palpita en el seno la vida:
“Di-os, Di-os” es el ritmo de nueve meses.
¡Ay, si fallara! Mas vive la Fuerza y rige el Compás:
“Di-os, Di-os, Di-os!”

Palpita, se ríe, palpita y llora el loco corazón:
“Di-os, Di-os”, es ochenta el ritmo del pulso.
¡Ay, si fallara! ¡Se helaría la música viva
en los arroyos de sangre y roja volaría nuestra alma
con el postrer suspiro! Mas vive la Fuerza y rige el Compás:
“Di-os, Di-os, Di-os, Di-os!”

Cantan marchando y marchan cantando el arroyo, el río:
“Di-os, Di-os, Di-os!”
¡Ay, si fallara el ritmo! Desde la montaña hasta la agreste costa
multitud de peces moriría y llorarían los molinos,
barcos y bateles… Mas vive la Fuerza y rige el Compás:
“Di-os, Di-os, Di-os, Di-os!”

En una ardiente carroza viene el Sol, se va la Luna, se va el Sol, viene la
_____________________________________________/ Luna:
“Di-os, Di-os, no-che, dí-a!” ¡Trescientas sesenta y cinco veces!
¡Ay, si fallara el ritmo! No habría luz,
no habría flores ni arco iris multicolor, ¡sólo la Tierra errante,
un gigantesco ataúd! Mas vive la Fuerza y rige el Compás:
“Di-os, Di-os, Di-os, Di-os!”

Marchan refulgentes los astros y sistemas solares:
“¡Di-os, Di-os, año-de-luz, siglo-de-luz, edades estelares!”
¡Ay, si fallara el ritmo! Mas vive la Fuerza y rige el Compás
y late y palpita y arde y se fermenta el tiempo en el Huevo.
La cáscara del Huevo: la Eternidad,
que reposa en la Mano en que Dios la sostiene...

(Traducción de Zoltán A. Rónai, tomada del libro “Antología de la poesía católica del siglo XX”, de Emilio del Río s.j.; del mismo libro tomé los versos de José García Nieto).

10 comentarios:

Fernando dijo...

¡¡Muy bueno!! ¡Qué vivan Hungría y los hungaros católicos buenos poetas!!

...

Me tuviste todo el fin de semana dando vueltas a tu frase del post anterior sobre instinto, inteligencia y libertad, sin llegar a ninguna conclusión aceptable. Desde un punto de vista materialista, ¿cómo surge la libertad? ¿Tiene que ver con la inteligencia, con el nivel de inteligencia de un animal? Sí, ya sabemos que los animales no se mueven por inteligencia, sino por instinto, pero no todos tienen el mismo nivel de inteligencia.

Un mono de una especie concreta que, en cada generación fuera más inteligente (por el medio en el que vive) ¿sería cada vez más libre? Al ser conocedor cada vez mejor de la realidad (por ejemplo, que conviene guardar cacahuetes, pues no todos los días hay existencias) ¿podría acabar tomando opciones libres, desde una perspectiva materialista?????

Aplicando eso al hombre pre-hombre no-hombre, ¿fue más inteligente en cada generación hasta dejar de guiarse (sólo) por el instinto??

Juan Ignacio dijo...

"...una especie concreta que, en cada generación fuera más inteligente (por el medio en el que vive) ¿sería cada vez más libre?"

No, sin saber mucho te digo que no. La libertad es de un orden distinto a la inteligencia.

Por otro lado, Meinvielle se encarga de aclarar que no podemos suponer que el alma se fue desarrollando en seres inferiores gradualmente, porque eso implicaría atentar contra la diferencia hombre-animal. El lo dice con palabras más precisas, ahora no las tengo a mano pero más tarde las copio.

Fernando dijo...

Mi duda es no desde el punto de vista cristiano (está claro que Dios nos dio el alma y, con ella, la libertad), sino desde la visión materialista que critica tu libro: si no se cree en Dios, ¿cómo se explica el paso de un simio con instinto a un hombre con inteligencia y libertad?

Lo di vueltas, ya te dije, y sólo se me ocurrió que, para un materialista, esto sólo sería explicable por un aumento de la cantidad de inteligencia; para él, tu distinción entre inteligencia y libertad no existe, propiamente hablando, todo sale de la materia del cuerpo.

Juan Ignacio dijo...

Desde el punto de vista materialista hay una "generación espontánea", que la verdad es que no satisface a una mente exigente (te debo también textos de eso).

Por otro lado está la teoría de Teilhard de Chardin, que no es materialista pero fue censurada por la Iglesia en su momento (tengo también los textos, te los debo para más tarde).

AleMamá dijo...

¡Uy que son sesudos amigos!

Tiene buen ritmo la poesía. Muy linda. Gracias

Juan Ignacio dijo...

Fernando,

Nuevas teorías fueron perfeccionando la teoría llamada generalmente "de la evolución" pero aún la teoría no explica la causa de las mutaciones genéticas.

(Y recordemos también que nadie conoce el mecanismo de generación de la vida ni la puede hacer artificialmente).

Al respecto concluye Arnaudo un capítulo, en que da un resumen de lo que vos preguntás: cómo ve el materialista la evolución.

"Según Simpson es necesario optar entre tres alternativas:

La primera es la materialista: Estamos simplemente ante un modo de proceder de la materia que así como responde a la ley de la gravedad o al principio de inercia en su comportamiento inanimado tiene también sus propias leyes para la biología molecular, leyes que habrá que descubrir para poder predecir su comportamiento.

La segunda es la vitalista: El fenómeno vital tiene características propias distintas a las del resto del mundo material. Lo guían tendencias que exceden totalmente el campo de la física o de la química y que pueden dar lugar a procederes impredecibles para el científico.

La tercera es la espiritualista: Detrás del devenir de la naturaleza hay un plan preestablecido y los acontecimientos que se observan sólo pueden ser interpretados tratando de adivinar los designios de la inteligencia que los guía.

No hace falta que diga que personalmente estoy en favor de la tercera alternativa. Más aún, me resulta difícil concebir que alguien que observe desapasionadamente el desarrollo de la vida y observe su mecanismo genético pueda negar la presencia de una inteligencia actuando en ese proceso.

Sin embargo, hay científicos que observan ese mismo proceso y niegan a Dios.
Para ellos la materia existe por sí misma o -lo que es más incomprensible aun-se creó a sí misma (!) (Paul Davies).

Luego evolucionó por sí sola hasta llegar a producir componentes químicos que permitían la vida orgánica. Posteriormente dio origen a la vida mediante la generación espontánea. Para reproducir a la vida y diversificarla ideó un código de una complejidad asombrosa que elaboró de la nada. Luego inventó la fotosíntesis para aprovechar la energía solar. Ideó el mecanismo de la reproducción sexual y se las ingenió para lograr que un primate se transformara hasta poder disfrutar del precioso don de la inteligencia. (¡!)

Hablando seriamente, ya no puede haber conflicto entre la ciencia y la fe. Creyentes y no creyentes vemos las mismas fosas, observamos los mismos hechos, aceptamos las mismas leyes. La diferencia está en que algunos, cuando observamos el maravilloso devenir de la naturaleza, no podemos concebir otra explicación que la de un Dios creador. Otros, ante los mismos hechos asombrosos, prefieren divinizar la materia."

Juan Ignacio dijo...

AleMamá,

Qué bueno que le hayas encontrado el ritmo. Según explica Zoltán A. Rónai, el autor la tocaba en órgano.

A principios de siglo, ante las apremiantes exigencias de los nuevos tiempos, Hungría también experimenta una renovación religiosa. Su propulsor no podría ser espíritu más excelso: Ottokár Prohászka (1858-1927), santo obispo, profundo pensador y coloso de la oratoria. Para dotar al movimiento de un eficaz vehículo divulgador se crea en 1908 el semanario «Élet» («Vida»), en torno al cual comienza a cristalizar un nueva literatura católica.

Uno de los curas que integraba el movimiento era el autor que aquí convocamos.

En el recuerdo de muchos la figura de Mécs vive así: un hombre alto y robusto, «vestido de blanco y azul» —hábito de los canónigos regulares premonstratenses—, recitando con sonoro órgano y amplio gesto la «Balada del Universo»:

«En ardiente carroza viene el Sol, se va la Luna, se va el Sol,
viene la Luna: Diioos, Diioos, nooche - dííaa...»

Cuando la última palabra muere, cálidos aplausos rubrican el poema. Mécs fue (...) un poeta multitudinario, probablemente el más «popular» desde el «cometa» decimonónico Sándor Petofi.

Fernando dijo...

Hola, Juan Ignacio. Gracias por el texto copiado. Por mucho que lea, por mucho que estudie, jamás lograré escribir así de bien.

En concreto, el autor refleja de forma perfecta lo que un alma sencilla, como soy yo, se plantea: ¿cómo la materia, que es imperfecta, se va a dar reglas perfectas a si misma, y que encima le vinculen? El texto lo explica de forma maravillosa, casi parece que se ríe de esas tesis locas.

Gran aporte lo de las teorías "vitalistas", que no hacen sino poner más confusión: si la realidad se basta a si misma, sin Dios, pero encima hay que distinguir entre una realidad espiritual imprevisible y otra material y previsible, la confusión de esas tesis sin Dios puede ser total: ¿quién ha dado las reglas que usa el espíritu? ¿la materia de la que procede? ¿el propio espíritu (o como quiera llamarlo un materialista)?

...

(No puedo decir nada de tu interesantísima aclaración a Alemamá sobre la poesía: nunca entendí mucho ni de música ni de poesía. Eso sí, me quedé con ganas de preguntarte qué es lo que hace que un poeta pueda ir a una colección de poetas católicos: ¿su obra o su vida?)

Juan Ignacio dijo...

Fernando,

Yo tampoco entiendo ni de poesía ni de música. A tu pregunta de "qué es lo que hace que un poeta pueda ir a una colección de poetas católicos" sólo puedo responder parcialmente.

Sólo podría decirte qué es lo que hizo que el autor de la antología citada (a quien acabo de conocer) haya elegido a quienes eligió.

Así dice el autor (es algo largo pero se me dificuta a esta hora hacer un buen resumen):

(...) Este libro, se dirá, es un libro «apologético». Favorece a los poetas que aquí llamo católicos. No incluye a otros que aun como poetas religiosos y cristianos (y aun católicos, más o menos alejados) entrarían en una perspectiva más «ecuménica», más total. ¿Qué puedo y qué debo responder a esto?

Habré de responder, ante todo, que mi actitud fundamental, la que ha determinado este libro, consistía en limitar la atención, centrarla, sobre el misterio mismo de la Ciudad —concreta, a pesar de divina— que Dios se construye en el mundo actual. En el de la poesía también, terreno concreto de esta contemplación.

El valor apologético es innegable. La prueba más irrefutable de Cristo es El mismo, dialogando plenamente hoy con el hombre en su Iglesia. Pero este libro no intentaba «probar», sino «acercar», mejor aún, «encontrar» —más profundamente—. ¿Que por qué en estos poetas precisamente? Porque —sin que sean arcángeles, ni en poesía—, es posible reconocer en el conjunto de sus voces determinadas el mismo contagio —sanante y luminoso— que viene de Dios al mundo por medio del Evangelio. Hay un solo Encuentro en la Historia. Y ellos dan testimonio —lo revelan— en la hora actual.

Es verdad también que no hay hoja de árbol que no Le revele —en cierto grado—; que ni siquiera hay latido en que El no tenga algo que ver —en sentido idéntico o contrario—. Diríamos también, si se quiere entendernos bien, que una Antología de la Poesía Católica debería incluir cuanta poesía hay en el mundo: ya que no hay más que una «Luz, que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo».

Pero esta Luz central, este hogar del Bien y de la Belleza, no es una abstracción de las ideas del bien y de las armonías de la belleza o de las fuerzas creadoras. Las lleva todas en Sí; pero esto sucede en el misterio de su exacta Humanidad y de la concreta Iglesia que continúa su obra de silencio y su obra de Palabra del Padre. Todo lo demás participa de El solamente en la medida en que está orientado a esta su estricta Encarnación, en la medida en que acepta apoyarse en esta Piedra Fundamental. «El es la piedra... y en ningún otro está la Salvación».

Sólo que esta Piedra Fundamental (que es Cristo y su Iglesia) debe ser concebida en proporción a su propia y divina Grandeza («toda la plenitud»), y no en función de nuestra propia limitación. No es plena, perfectamente católico, sino lo que puede abarcar en sí iodo el mundo, en la solidez de esta Piedra, en la unidad de esta clave de bóveda. Ahí es, ciertamente, donde este libro advierte su propia limitación. Y ahí es también donde él mismo se hace puerta, una invitación, unas humildes palabras para los otros.

Fernando dijo...

Vaya, el mismo prólogo ya es poesía, en prosa pero poesía. Está tan bien escrito que sospecho lo evidente: que se redactó hace mucho, cuando la gente sabía escribir. Así es: busco el título en google y me aparece que hubo una edición en Madrid, antes de que yo naciera. No sé si es la tuya, o si manejas una distinta.


Por lo demás, la respuesta a mi pregunta es bien fácil: se es un poeta (o un novelista, o un ensayista) católico porque se vive como católico y se escribe en católico; si falta una de estas dos condiciones, ya se es otra cosas distinta.