Veía a unos chicos de barrios muy pobres utilizar por unos días las instalaciones de un colegio grande, con muchos recursos, y pensaba. El primer pensamiento era algo como “ojalá esos chicos pudieran tener también un colegio como ese”. Pero luego me di cuenta que cuánto más bueno, cuánto más sano y cuánto más feliz que aquel deseo (que no es nada despreciable) es que haya un solo colegio, pero que un día se haya podido compartir.
De vuelta a lo de la entrada anterior. Porque la felicidad no está tanto en la ausencia de dolor o de injusticia (una meta humanamente imposible), sino en el amor que ponemos en medio del dolor o la injusticia.
(O, visto de otra manera, es el amor el que hace que el dolor y la injusticia queden superados).
4 comentarios:
Me quedo con la tristeza inicial, Juan Ignacio: es una pena no tener algo necesario; la pena es aún mayor cuando por un día puedes disfrutarlo.
No es "necesario" tener un colegio como ese. Con menos alcanza.
Me encantaron tus dos entradas Juan Ignacio. Y de la segunda las dos cosas, el deseo de compartir y la reflexión de fondo.
Totalmente de acuerdo. Y lo he comprobado en la vida personal.
¡Muchas gracias!
Me alegro, Josefina. ¿Cómo le fue a la hermana con el Adán?
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