lunes, 2 de abril de 2018

Marechal y Chesterton (II)

(La entrada anterior: aquí).

Encuentro una interesante relación también entre estos autores en lo que llamaremos “el anzuelo invisible”.

En “Las pisadas misteriosas”, de “La inocencia del Padre Brown”, el Padre Brown deja escapar a Flambeau y dice: “Yo lo he pescado con anzuelo invisible y con hilo que nadie ve, y que es lo bastante largo para permitirle errar por los confines del mundo, sin que por eso se libere”.

Dice Luis Daniel González que esa frase es como si la dijera Dios respecto al personaje. Yo no lo veo, o no lo entiendo. ¿O hay una frase así en otro lado? Yo entiendo que el poder se lo atribuye el Padre Brown aunque, claro, en muchas cosas el sacerdote es justamente un intermediario.

Además González explica que este es el origen de la idea:

El origen de la idea está en La princesa y los trasgos -también el libro favorito de Tolkien en su infancia-, cuando un hada entrega un ovillo a Irene, la protagonista, pero sin embargo guarda el ovillo en el cajón y le da una explicación asombrosa:

‘-Tienes que entender una cosa: nadie ha dado nunca de verdad algo a otro sin quedárselo también. El ovillo es tuyo. -¡Ah! ¿Entonces no me lo llevo? ¿Lo vas a guardar tú para mí? -Eres tú quien se lo lleva. He atado a tu anillo un cabo del hilo, lo tienes en el dedo. Irene contempló el anillo. -Yo aquí no veo nada, abuela -dijo. -Es demasiado fino el hilo para que puedas verlo. Solo se siente. Ahora comprenderás la cantidad de horas de rueca que requiere hilar este ovillo, por pequeño que parezca. -¿Pero a mí de qué me sirve si se queda en tu cajón? -Eso es lo que trato de explicarte. Precisamente si te lo llevaras es cuando no te serviría de nada, ni sería tuyo como no se quedara en un cajón de mi armario’.

E Irene se dará cuenta de que de nada le valdría percibir el tacto del hilo en los momentos de peligro si el ovillo no estuviera en el cajón de la abuela”.

George MacDonald, La princesa y los trasgos (The Princess and the Goblin, 1871)

Sea como sea, Marechal usa una idea parecida en el Adán Buenosayres. Aunque sólo en cuanto a ser prendido por el anzuelo, ya que no tiene el complemento sobre el hilo largo que te permite alejarte estando unido (solo quizás un tironeo). Es por eso que quizás la idea de Marechal simplemente derive del “pescador de hombres” y nada tenga que ver con Chesterton ni MacDonald. Pero es interesante compararlas.

En adelante conocí un estado del alma que no era el de la vida ni tampoco el de la muerte, sino una posición de frontera en la cual vida y muerte se parecían y se diferenciaban. Me veía entre dos noches: la noche de abajo, es decir, la del mundo que yo abandonaba y cuyas formas, colores y sonidos me parecían ya inmensamente lejanos; y la noche de arriba, en la que mis ojos no vislumbraban ni el más leve signo del amanecer. Colocado entre una y otra noche, digo que mis ojos no se apartaban de la segunda, como si aguardasen no sé yo qué día venidero. Porque mi alma, pese a su desasimiento y abandono, sentíase misteriosamente cautiva, tal como si, al azar, hubiese mordido el anzuelo invisible de un invisible pescador que tironease desde las alturas”.
Adán Buenosayres, Libro sexto (Cuaderno de Tapas Azules), VII; Leopoldo Marechal.

Adán Buenosayres, parado junto al cíclope, levantó sus ojos hasta el Cristo de la Mano Rota y se dijo que Polifemo tenía razón. Allá, sobre el pórtico de San Bernardo, el Cristo de la Mano Rota contemplaba la calle desde sus alturas; (...) ¿Qué tenía en su mano de cemento, en aquella mano rota quizá de una pedrada? ‘Un corazón o un pan. Día y noche lo está ofreciendo a los hombres de la calle. Pero los hombres de la calle no miran a lo alto: miran al frente o al suelo, como el buey. ¿Y yo?’ Abatido el rostro, Adán paladeó un instante su antigua y reiterada zozobra. ‘Un pez que se agita, clavado en un anzuelo invisible. La caña del pescador está sin duda en esa mano rota’.
Adán Buenosayres, Libro segundo, I; Leopoldo Marechal.

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