domingo, 29 de septiembre de 2024

Algunas palabras originales (en canciones)

Conocimos a Linda Ronstadt en un recital, ya no me acuerdo en qué escenario, cuando cantaba “Tumbling dice”. No la volvimos a ver hasta mucho tiempo después. Cuando la encontramos ella era unos años más joven y había recién grabado “Long long time”. Ahí supimos definitivamente que ella era una cantante que se las traía.

Pero no hablaremos acá de ella sino del primer verso de esta última canción, compuesta por Gary White, que pone a la cantante en la necesidad de decir (en el primer verso, solo y bien separado), una palabra que me parece que no me equivoco si califico de original: Love will abide…

Saltando un poco en el tiempo nos encontramos hoy con una banda bastante nueva de Austin, Texas, llamada Black Pumas. Su estilo es definido como soul psicodélico y su éxito fue “Colors”. En el tema “Confines” usan la palabra “merrily”. Si bien conocía la palabra, por ejemplo, por una vieja canción irlandesa llamada “Merrily dance the quaker”, nunca la había escuchado pronunciar (o no lo recordaba).

“Desperado” es una palabra bien escuchada en el ambiente musical como el que nos estamos moviendo. Lo notorio es saber que la recoge la RAE como una expresión en desuso similar a “desesperado” aunque tiene una significación especial como la característica de un delincuente dispuesto a todo.

La famosa canción “Desperado” de los Eagles pareciera no hablar de un criminal sino que habla de problemas sentimentales. La canción la grabaron muchos artistas, incluyendo a Linda Ronstadt, claro, que era muy cercana a los Eagles. Esta canción me hizo seguir pensando que la Ronstadt es una gran cantante, pero que prefiero la voz de Karen Carpenter (la Carpenter puede hablar musicalmente, como doña Sílvia).

sábado, 21 de septiembre de 2024

Y uno con Marechal

Leo ahora Marechal y vuelvo a reír (otra ventaja sobre Borges).

Uso un pocillo que tiene grabada una foto de la Casa Histórica de la Independencia. Caliento el agua en una jarra eléctrica que compramos porque es igual a la que habíamos usado en la casa de la señora Yolanda en el valle de Cwm Hyfryd. Tengo en la mano el cuarto tomo de las obras completas marechalianas (¡es tan cómodo!) y estoy releyendo “Megafón, o la guerra”.

Aún en los momentos serios de un libro de Marechal uno se puede reír. Quizás porque Marechal estaba impregnado de algo de ese humorismo angélico del que predicaba en el prólogo del Adán (la sonrisa con la que miran los ángeles las locuras de los hombres). Quizás porque toda empresa del hombre camina entre lo sublime y lo ridículo, como declara de continuo su personaje de esta novela (que es tan él como el relator).

(...)

Ya la primavera ríe sobre las tumbas, canta en el buche de los pájaros, arde en los retoños vegetales… Ya la gente se demora más en la calle, ya la pizzería para llevar tiene las sillas para esperar afuera y hay un aire que es como el fondo de una grabación de alta calidad donde todos los sonidos se escuchan como recortados perfectamente… La luna tiene un leve nimbo y brilla imponente…

sábado, 14 de septiembre de 2024

Un ratito con Borges

Estimado profesor”, le digo mientras apoyo en su escritorio “La canción de Rolando”, “El Cid”, “Don Quijote de La Mancha” e “Ivanhoe”, “creo que voy a leer un poco de Borges”.

Si veo que me va a cuestionar, uso la lógica de esa canción “Pilchas gauchas” (Que cultivemos la música/ de algún lejano país/ seguro que es pecau/ si conozco la de aquí.) y le canto:

Que realicemos lectura/ de ese tal José Luis/ seguro que no es pecau,/ si ya hicimos la del Cid.

Debo decir que esta vez estaba más preparado para Borges. Para quedarme con algo más que el ingenio. Marqué unas imágenes muy lindas (sobre todo en “Hombre de la esquina rosada”). Esas cosas que cuando era chico uno no veía (menos aún si uno pintaba para matemático). Ponerlas acá sueltas no sería lo mismo que encontrarlas de paso, de sorpresa, inmersas en una historia.

Los cuentos solamente ingeniosos no me alcanzan. Me tiene que gustar el ambiente en general. Por eso me gustaron “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Hombre de la esquina rosada”... Y me gustan más los ambientes de Borges que, por ejemplo, los de Cortázar (por eso los ingenios de Cortázar no arraigan en mí).

En los grandes temas prefiero cómo los trata Marechal. Lo que me más me dejó pensando, de todos modos, fue ese ingenioso pasaje de “El inmortal” en que dice:

“(...) lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. He notado que, pese a las religiones, esa convicción es rarísima. Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o castigarlo”.

El punto es astuto, pero falla. La inmortalidad de mi religión no es muchos años contra unos pocos. La eternidad es más que el tiempo sin fin. Eterno es distinto a inmortal. Eterno es fuera del tiempo. Y precisa la mortalidad. Y sí, efectivamente estos pocos años son cruciales para esta llamada eternidad. Por eso la eternidad es tan importante. Por eso esta vida es solo un medio. Y si nos empeñamos tanto en los medios, es por el valor del fin.

A su vez, el valor definitorio de esta vida en la que nos empeñamos por la otra (eso que parece hacerla desmesuradamente importante si olvidamos que es un medio), no está ni siquiera signado a nuestra sola voluntad o méritos. Y los afanes deben ser por dejarse ir ganando por la voluntad del que habita en la eternidad.

martes, 10 de septiembre de 2024

"Pide un campeón"

Sin saber lo que hacía me estaba poniendo a leer otro libro de caballería. Siempre había querido leer “Ivanhoe” y la verdad es que lo disfruté casi tanto como “Quentin Durward” (el primero de Walter Scott que había leído, hace ya unos años).

Si “primero los clásicos” es un precepto, “a cada libro le llega su momento” es una ley de la vida que no deja de reconfortarnos y hacernos ver que no todo es nuestra voluntad a la hora de cumplir los preceptos.

Y no es que yo considere a “Ivanhoe” especialmente un “clásico” (u obra de referencia, u obra maestra, o lo que sea; porque eso es lo que decimos cuando decimos vulgarmente un clásico) pero estaba en cierta lista, que aspiraba a completar, de famosos de lectura ágil, y ya lo había empezado una o dos veces hace tiempo sin éxito. Y si a esto sumamos que recientemente leí el Quijote, la “ley de la vida” antedicha no deja de asombrarme con todo su poder.

Creo que en los colegios ya no deben listar “Ivanhoe” (o alguno de Walter Scott) en sus catálogos de planes de lectura para alumnos. No sé si tanto por el tipo de héroe (porque a su modo, la gente sigue gustando de los héroes) como por el lenguaje anticuado y también por cierta susceptibilidad a leer cómo se hablaba en ese entonces de las mujeres, los judíos o quien sea. Pero no se lleven una mala impresión los que no conocen la historia y leen esto, pues Walter Scott hace quedar muy bien a esos y otros grupos humanos.

Para mí, leer “Ivanhoe” fue volver a encontrarme con eso de lo que conocí por primera vez leyendo la Canción de Rolando. La definición de un juicio mediante el recurso al duelo. (¡Y en qué forma! Es muy emocionante cómo Scott traza ese final. “Pide un campeón”. Aún resuena esa frase en mis oídos. No voy a decir más).

En un principio, hombre de estas épocas, tendemos a pensar que el recurso puede resultar, por una especie de azar al que estaría apelando, algo injusto. Que se aleja de la búsqueda de la verdad que un juicio debería tener. Pero si uno se atiene a cómo se manejaban los juicios, los testimonios y otras cosas de esa época (tan distinto también a hoy en día), es realmente notable que se diera lugar a esta opción.

Llego a pensar que en este “sistema”, de alguna forma, la verdad se toma lugar para aparecer. Porque incluso lo que hoy llamaríamos “el peor de los casos” (la muerte de un inocente, por ejemplo), podría ser mejor destino para dicha persona (y para sus circunstantes) que una vida de sufrimientos o malas acciones. ¿Este sistema tiene algo de “poner las cosas en manos de Dios”, aunque parezca ponerla en mano de los hombres?

No estoy plenamente seguro de esto que digo, pero quisiera dejar abierto el tema para seguir pensándolo. Aunque ahora quizás me aleje por unos días de la caballería…

jueves, 29 de agosto de 2024

Don Quijote y veinte años

Si no les pude decir nada del Cid, cuánto menos les podré decir de Don Quijote. Que si no estoy muy seguido por acá es porque un día me encontré leyendo sus historias y bien adelantado. Y riéndome de lo lindo. Y disfrutando abundantemente.

Cuando me di cuenta, faltaban unos días para este aniversario y ya estaba por empezar la novena de Nuestra Señora de la Guardia, en cuyo día (hoy) este blog cumple años. ¡Y nada menos que los veinte!

En dedicación al blog vaya esta versión que tanto me gusta…

lunes, 22 de julio de 2024

Reencuentro con el Cid (preludio)

Al parecer vamos a leer “Poema de mío Cid”. En el apoyabrazos se pusieron varias opciones (sería redundante decir “varias opciones de lo más variadas”): el Cid, Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, el segundo tomo de los Ensayos de Montaigne y una cosa que quiero ver si pasa o va al tacho que se llama “Euforia y utopía” de Arthur Koestler.

El mío "Poema de mío Cid" es de la famosa y vilipendiada colección “Biblioteca Básica Salvat”. Tiene un sello con mi nombre y al lado “4°A”. En cuarto año de la escuela secundaria, hace casi treinta y cinco años, el profesor Ampudia nos lo hizo leer (no sé si todo o parte, no sé si lo logró). No recuerdo nada del libro pero sí a don Ampudia hablando de literatura y dudando de la calidad de Borges, diciendo que a un buen libro lo gradúa de tal el tiempo, que así que habría que ver, etc.

No es la elección de este libro solo una decisión en base a la premisa de “primero los clásicos” (creo fervientemente en ella, que no es la única regla, pero siempre debe guiarnos) sino también un interés surgido después de haber leído “La Chanson de Roland”. Algo como “a ver cómo eran ‘nuestros’ caballeros…” (porque uno se considera descendiente de españoles, aunque haya por ahí un apellido italiano materno).

Me entusiasma mucho este epígrafe que don Luis Guarner pone en su prólogo y es palabra de un tal Federico Schlegel:
España, con el histórico poema de su Cid, tiene una ventaja peculiar sobre otras muchas naciones; es este el género de poesía que influye más inmediata y eficazmente en el sentimiento nacional y en el carácter de un pueblo. Un solo recuerdo como el del Cid es de más valor para una nación que toda una biblioteca llena de obras literarias hijas únicamente del ingenio y sin un contenido nacional
¡Casi que Schlegel me pone de vuelta a don Ampudia frente a mis narices!

Así que bueno, allá vamos, después les cuento… O no. No sé.

domingo, 21 de julio de 2024

"On Belloc"

Quedó Belloc solo, así que charlamos unos días sin interrupciones (él conmigo y yo conmigo mismo; lo único que podría ser o incluso haber sido, porque se trata de un libro y porque, aunque no lo fuera, yo no estaría a la altura de una charla con Belloc).

Cada vez que intento decir algo veo que Knox lo dijo mejor en la introducción que tiene el libro. Yo lo que puedo decir, ahora que Belloc se fue, es que es un tipo con el que me hubiera gustado viajar. Observa cosas como me gusta observar a mí (o será que a mí me hubiera gustado decir lo que él dice cuando las observa). Busca simbolismos y hasta “explicaciones” en el paisaje; explora sus sentimientos frente al mismo.

Él conoce muchos lugares y eso le permite hacer comparaciones. Yo puedo imaginarme de vuelta frente a lugares que conocí y sentirlos de vuelta mientras veo como Belloc siente los suyos. Leer a Belloc te da ganas de atesorar esos recuerdos de otra manera o simplemente volver a recordarlos.

Así entre todos me vinieron hace instantes a la mente unas sierras cordobesas, en un punto exacto de la ruta en que cada vez que paso se aparecen de golpe altas y majestuosas como si fueran mucho más altas de lo que son. Pero no sé historia, así que no puedo saber cómo podría haber eso influido en que esas tierras sean cordobesas o puntanas… Y si leí algo alguna vez, porque lo hice, no lo recuerdo.

Habría varios pasajes para citar acá pero haría muy larga la entrada. Uno de mis ensayos favoritos es “The mowing of a field”; les dejo el enlace.

La entrada igual va a ser larga, pero pueden llegar hasta acá. Lo que viene abajo son dos párrafos que pueden ser o bien un gusto para los que conocen a Belloc o bien un irresistible “gancho” para los que lo quieran conocer.
It is not easy for a modern generation to understand the background of Hilaire Belloc. Even in his own day, he was a bundle of contradictions. He was a great lover of England, yet wherever foreign politics were concerned, he at once became a Frenchman. He was a conscientious Liberal, yet wholly out of sympathy with that tradition of Puritanism which was the strength of the old Liberal party. He was a fervent Catholic, yet much of his admiration was reserved for the heroes of the French Revolution. He was an accepted figure in the fashionable world, yet he never ceased to ridicule its conventions”.
(Ronald Knox en “Belloc Essays”, editado por Anthony Foster, Methuen & Co. Ltd., 1955)
When I first met Belloc he remarked to the friend who introduced us that he was in low spirits. His low spirits were and are much more uproarious and enlivening than anybody else's high spirits. He talked into the night; and left behind in it a glowing track of good things. When I have said that I mean things that are good, and certainly not merely bons mots, I have said all that can be said in the most serious aspect about the man who has made the greatest fight for good things of all the men of my time”.
(G. K. Chesterton en “Hilaire Belloc, The man and his work”, de C. Creighton Mandell y Edward Shanks, Methuen & Co. Ltd., 1916)




sábado, 6 de julio de 2024

Piensa bien

¿Qué es ese acierto sino una alegría fugaz y egoísta cuando se dice: “piensa mal y acertarás”? Una sola alegría que se obtiene cuando se piensa bien y se acierta es mucho mayor que noventa y nueve desengaños y que mil de las de aquellos fútiles aciertos.

viernes, 28 de junio de 2024

Darse el tiempo para iniciar

Inquieto y despierto por algunos temas que me producían más ansiedad de terminar que preocupación, más molestia de interponerse entre el fin de semana y yo que otra cosa, y no pudiendo adelantarlos, por sus propias características de tener algunos horas fijas o requerir más información disponible, me levanté a las cinco y pico y me di el tiempo para iniciar El Pirata, de Walter Scott.

Darse el tiempo para iniciar un libro puede ser algo simple, como leer sin preocupación ni expectativas específicas y de repente encontrarse inmerso y confortable en la historia. Pero también puede demandar sortear algunas barreras que nos pone nuestra propia forma de ser. Por ejemplo, es muy raro que yo pueda iniciar un libro de ficción que está ambientado en un lugar de este planeta sin ir a reconocer bien en el mapa ese lugar (más aún cuánto más se describa en el libro el lugar). Si el lugar es lejano y desconocido, como suele pasar por las cosas que leo y por no haber viajado por el mundo, seguirá siendo el lugar una tierra casi de fantasía, compensando quizás con esa característica la falta de otras satisfacciones (como por ejemplo la que podría dar el verificar la correspondencia del mundo descrito por el autor con el que nosotros conocemos).

Me gustó el personaje así como se plantea al inicio (al menos quien parece que va a ser uno de los personajes principales). No me asusta el regodearme en el carácter misógino de un personaje (tengo debilidad por personajes raros, siempre que sean más bien buenos o bien intencionados) dado el hecho de que tengo en cultivo ya ciertas relaciones en este mundo, así que no debo temer un “contagio” o recibir alguna “mala educación”.

De todo esto no se debe inferir que me gusta el personaje (ni que sí, ni que no). Aún no lo conozco en su totalidad, es decir no sé lo que hará en el libro. Hablar de un libro sin haber leído más que un capítulo puede ser arriesgado, de cierta forma. Esta entrada no habla de un libro ni de los personajes. Habla de empezar a leer un libro. Y ya casi termina.

Esta edición de “El Pirata” de Scott es genial. Son dos tomitos de tamaño de aproximadamente 11 x 15 centímetros. Es como un pocket, ¡pero es del año ‘45! Tapa blanda pero lindo, con sus solapitas. Creo que lo compré por eso (además del gusto por Scott). Este es de Emecé, de una colección llamada Los Románticos y nos explican los editores:

“[Sir Walter Scott] Creador de la novela compacta y con genio propio, entra en la serie de Los Románticos por la puerta grande, pues sin haber hecho profesión de romántico, los nobles sentimientos de sus personajes, su manera de encarar la vida con justicia y exaltación desinteresada, se ven que armonizan con toda la escala romántica que suena en el templo de estas lecturas”. ¡Tomá, ahí tenés, ha! ¿Qué me contursi?

miércoles, 26 de junio de 2024

"La Chanson de Roland"

La presentación le da una solemnidad que la edición no tiene. “La Canción de Rolando” (o “El cantar de Roldán”). Traducción al castellano de Enriqueta Muñiz. Realizada sobre el texto “Publicado según el manuscrito de Oxford y vertido [al francés moderno] por” Joseph Bédier. Y a continuación una interesante “Advertencia del traductor” al respecto, que hace a uno imaginar sesudos estudios entre volúmenes de tapa dura y pergaminos. Con eso contrasta en las manos una sencilla edición de tapa blanda de Librería Hachette S.A., Buenos Aires, en tercera edición de 1970 (siendo la primera de 1956). La encuadernación es básica pero aún así pareciera que no se va a despegar. Por lo menos. Para hacer algo de honor a los estudios de don Bédier y al trabajo de doña Muñiz (que para algunos aspectos del mismo ha recibido el consejo de nada menos que del Profesor Don Ramón Menéndez Pidal). La tapa y algunas hojas están algo desteñidas, pudiendo ser lo segundo un problema de imprenta, aunque lo primero pareciera ser más atribuible al uso. Ha pertenecido a la librería Clásica y Moderna y me ha llegado a través de la menos famosa librería Prólogo, que vende libros usados en San Isidro y Beccar. En la página 38 me detengo a escribir esto, disfrutando el encuentro con la palabra faldriquera pero con el sabor amargo de (“spoiler alert!”) la traición de Ganelón y, hasta el momento, no he encontrado marcas que revelen la presencia de algún lector anterior.
(...)

He llegado al final y sin huellas de ese posible lector. “La Chanson de Roland” me hizo ir a Wikipedia a recordar la historia de Carlomagno. Quizás lo más sorprendente del libro me haya resultado todo lo concerniente al “juicio” a Ganelón y la figura de Thiery. Es como si hoy la inocencia o culpabilidad del acusado se dirimiera por un duelo entre los abogados. Fascinante.