Acostumbrado a los avances de la medicina, uno no conoce la fragilidad que tiene la vida, situación que hace tiempo era más patente (y es llamativo como hoy en día cuando hay fallas en estas herramientas de “aseguramiento” de la salud, el hombre percibe el suceso como una “injusticia”).
Por tomar un ejemplo, está el caso de la reducción que hubo a través de los años en la mortalidad al momento del parto en niños y madres, gracias a los conocimientos y técnicas disponibles para prever y atender situaciones de riesgo (hay también, sí, un precio a pagar por estos nuevos conocimientos).
Uno se da cuenta de cómo cambiaron estas cosas cuando el que te saluda por un nacimiento es una persona mayor. Más allá de la mayor o menor afectuosidad de la persona, más allá de lo importante que esa persona considere al suceso, se perciben en la felicitación de la gente mayor algunos rasgos especiales. Quizás es mi imaginación, pero es como si esa gente todavía viviera de la forma en que se vivía antes, y su experiencia del parto, de una nueva vida que llega, es la que había entonces, en la que no estaba todo tan “asegurado”. A uno lo felicitan por la paternidad y saludan a la madre, como lo hace también la gente joven, pero también lo felicitan a uno (y a la familia) como a un sobreviviente, o en el mejor de los casos como un afortunado al que se le dio fácil la cosa. Y es justo que lo hagan así.
Porque a pesar de los llamados avances de la medicina, que dan tanta probabilidad de parto exitoso, la vida sigue siendo frágil y un don inestimable. Tanta “seguridad” nos impide verlo, nos impide ver su valor. Este es el precio que hay que pagar. Que a su vez se transforma en un desafío a encarar. Así como la medicina avanzó, un “avance” se le pide al hombre, un trabajo a realizar. El trabajo del hombre de hoy es recuperar la capacidad contemplativa, llamado que nos hizo Juan Pablo II en la Evangelium Vitae (IV, 83).
2 comentarios:
Querido Juan Ignacio:
Cuando mi hermana Maite parió a mi sobrino Pablo en la sanidad privada de Madrid, fui a visitarles al hospital. Estaba por ahí el médico que les había atendido, un hombre muy simpático. Hablando de no sé qué, nos dijo:
"Sí, cuando el otro día tuve que asistir al parto de otra clienta"...
Me quedé helado, claro.
Si, para el médico, la madre o la paciente es una clienta, para la madre o la paciente ¿el médico qué es? ¿Un empresario de la salud? ¿Un tendero de partos? ¿Un vendedor de alumbramientos?
F
Por cierto, es un detalle a tener en cuenta ese de si el médico dice "voy a ver a otro paciente" o "voy a ver a otro cliente". Y si uno pudiera elegir, ya tiene el criterio para hacerlo con sóla una frase.
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