domingo, 10 de agosto de 2008

Tanto insistió...

Solyenitsin por acá, Solyenitsin por allá, Solyenitsin por acullá... Me hicieron acordar que una vez compré en usados “Un día en la vida de Iván Denísovich”. Lo subí algunos peldaños en la lista de espera.

No contento con eso, Solyenitsin (así está escrito por aquí, ¿por qué las castellanizaciones de los nombres rusos tienen tantas variantes?) siguió insistiendo. Ayer, mientras hacía un breve paseo de espera por el viejo barrio, no pude evitar sucumbir a la tentación de la librería de usados. Allí estaba el ruso, ofreciéndose en una edición argentina llamada “Cuentos en miniatura”. Que sí, que no, que sí, que no... que sí.

Valió la pena. Colgué por unos días el libro “programado” y estoy leyendo estos geniales cuentos. Sin duda que hay muchos y quizás mejores, pero al que tenga un minuto le dejo éste (que de paso tiene un aire de los episodios de Elías en la primera lectura de hoy, 1 Rey 19, 9.11-13, y además me trae recuerdos de pensamientos de hace tiempo).

TORMENTA EN LAS MONTAÑAS
Nos alcanzó en una noche tenebrosa antes del cruce de la montaña.
Habíamos salido arrastrándonos de nuestras carpas y esperábamos.
Venía hacia nosotros por encima de la cordillera.
Todo era oscuridad, no se podía discernir el cielo, la tierra, el horizonte. Pero resplandecía el relámpago desgarrador, que separaba las tinieblas de la luz. Salían las montañas gigantes Belolakai y Dyugutrurlichat y también los pinos negros de muchos metros, casi de la altura de las mismas montañas. Sólo por un momento podíamos ver que existía la tierra firme, y luego todo era de nuevo tinieblas y abismos.
Los fulgores de los relámpagos se aproximaban, alternaba el brillo con la oscuridad, el resplandor blanco, el resplandor rosado, el resplandor violeta y siempre en los mismos lugares aparecían las montañas y los pinos asombrándonos con su grandeza; cuando desaparecían era difícil creer que existían.
La voz del trueno llenó los desfiladeros y dejó de oírse el rugido constante de los ríos. Cual flechas de Jehová, caían los relámpagos en la cordillera y se rompían en serpentinas y chorritos como si se derramaran contra las rocas o bien derribaran y derramaran ahí algo vivo.
Y nosotros... nosotros nos olvidamos de temer al relámpago, al trueno, a la lluvia torrencial y nos tornamos semejantes a una gota del mar que no teme a la tormenta. Nos convertimos en una insignificante y agradecida partícula de este mundo.
De este mundo que hoy volvió a crearse ante nuestros ojos.

5 comentarios:

hna. josefina dijo...

¡Qué cosa! Me había olvidado que te puse un comentario de I.Denisovich el día que lo compraste; y bastante parecido a lo que puse ahora.

Anónimo dijo...

(Juan Ignacio, un breve saludo, sin entrar aún en tu post, y para decirte que me alegro de los muy buenos comentaristas que has tenido en estos días)

F.

Juan Ignacio dijo...

Gracias, Fernando. No me habia percatado de la coincidencia, Josefina.

Anónimo dijo...

Confieso que no sabía que Solyenitsin hubiera escrito cuentos. En España (como en todo el mundo) fue muy conocido por el famoso "Archipiélago de las Gulag", auténtico bofetón para mucha gente progre que incluso en los años 70-80 seguía simpatizando con la URSS: por ejemplo, algunos compañeros míos del colegio.

Nunca tuve valor para leerlo.

El cuento es bonito, está en la gran tradición rusa sentimental, romántica, en que el autor se hace uno con la naturaleza, y la naturaleza es violenta, y la naturaleza nos lleva a Dios. ¿Serán así los rusos, en la realidad? No sé en Argentina, en España, en Madrid, no hay rusos, sí polacos y rumanos, así que no puedo saberlo.

¿Todos los cuentos del libro son igual de sentimentales? ¿Todos acaban elevándonos a Dios?

F.

Juan Ignacio dijo...

Muchos hablan de la relación del hombre con Dios y de quién es él mismo. A veces más romántico, a veces en forma de crítica a la sociedad, etc.