Parece ser claro que la imagen de quien está de paso por este mundo es la de llevar poco equipaje. El primer recuerdo que me surge al respecto es el pasaje en que Jesús hace el envío de sus discípulos:
No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. (Mt. 10, 9)
Otras palabras que recuerdo son un fragmento que tiempo atrás tomé de Despejado y Cálido. Se trata de un texto de la autora Pilar Urbano, extraído de un libro biográfico sobre Josemaría Escrivá de Balaguer:
Al día y con lo puesto. Con el zurrón escueto de quienes van de paso. (…) Con el escaso lastre de los que siempre están a punto para empinar el impulso, batir alas y volar.
De paso, o de vuelo: transeúnte, caminante, viajero… viator.
Y sin embargo, a pesar de cosas como las que leímos recién, cuando yo me tengo que imaginar a alguien que va de viaje no puedo dejar de imaginarme una mochila. La mochila en la espalda es imagen de viajes y de aventuras. Y de estar siempre en tránsito.
No es el “zurrón escueto”, ni el escaso lastre, pero: ¿Por qué no puede ser la mochila la imagen del status viatoris del hombre? Tomado esto como una imagen popular, ¿no? (Ya nos recordaba hace mucho Pieper cuál es el exacto concepto filosófico del status viatoris: clic).
Propongo la mochila en la espalda como la imagen popular del status viatoris. Nos recordaría a cada instante que en este mundo sólo estamos de paso. Que podemos asentarnos en algunos lugares, pero sólo provisoriamente, sin crear vínculos permanentes y listos para volver a salir.
En cuanto al tema de la poca carga, eso que no parece mostrar la imagen de la mochila, habría que verlo de otro modo. La mochila es como el mal necesario del que está de paso. Dado que no renunciamos al mundo como lo haría un consagrado, tenemos más pertenencias que ellos. Y esas pertenencias, buenas y necesarias para nuestras más nobles obligaciones, son también una carga. Pero si la carga que no podemos eliminar no nos ata, sino que podemos meterla en una mochila, cuánto mejor. Ya iremos dejando lo que podamos, a medida que avancemos.
5 comentarios:
Juan Ignacio, si fueras español habrías incluido en tu post una estrofa muy popular de un poema de Antonio Machado:
"Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar".
Esta estrofa cierra un poema autobiográfico muy hermoso, que empieza con "Mi infancia son recuerdos / de un patio de Sevilla".
La estrofa es muy conocida, y el verso que te he puesto en negrita ha llegado a ser una expresión popular ("me largo de este trabajo, ligero de equipaje"). Creo que refleja bien lo que cualquiera siente al envejecer, y que tiene que ver con tu post: que hay pocas cosas importantes en la vida y que según te haces mayor van siendo menos, hasta casi caber en una maleta ... ¡o en una mochila!
Hace mucho que el tema del viator lo has hecho tuyo También es algo recurrente en mi, pero no he sido capaz de esos sucesivos posts sobre el tema que subiste hace unos años.
Lo de usar la mochila como símbolo del viator, del que está de paso,es muy bueno. Yo le pondría además una vara, como los que hacen el camino de Santiago, pues aparte de necesitar cosas para viajar, también necesitamos apoyo, en Dios y en los demás.
Saludos, y gracias por la cita.
Fernando, conozco el poema de Machado por conocer la versión musical de Serrat. Es muy lindo y casi lo podría decir de memoria. Muy buena cita, gracias.
Genial, Alemamá, lo de la vara. Gracias.
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-;
mas recibí la flecha que me asignó Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habitó,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Hummmm... Me quedo con la duda de si lo has copiado o lo has escrito de memoria, JI.
Lo copié, lo copié. Dije que podría decirlo de memoria pero no que lo iba a decir. Además en los versos originales que copié hay estrofas que no están en la canción y no las recuerdo para nada.
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