sábado, 29 de diciembre de 2012

¡Ay, pobre hombre!

André Frossard habla de su abuela (“Dios existe, yo me lo encontré”). Como toda su familia, no era creyente y vivía ignorando las prácticas de religión alguna. Pero había sido extremadamente trabajadora y se ocupaba sin descanso de todos los demás: “Las bestias que cuidar, los hombres que alimentar, la limpieza que hacer, el niñito que acunar, para concluir la jornada cerrando las puertas de la cuadra, de la troje, de la casa, de la habitación, en la que se acostaba última después de haber apagado la lámpara”.

Cuando al final de sus días enferma, la llevan a un hospital protestante donde, en cama, se asombraba de ser servida, “y por señoras leídas”, pero eso no cambió su forma de ser.
No se ocupaba de sí misma más que de costumbre y sus últimas palabras fueron de compasión por los sufrimientos de otro. Sus debilitados ojos, que ya no podían leer, se dirigían con frecuencia hacia un crucifijo colgado del muro, frente a su lecho. Un día, y fue el último día, lo miró largamente y dijo, más alejada que nunca de pensar en su propia suerte, “¡Ay, pobre hombre!”, con el tono de dulce piedad, último pío del pájaro agotado que ha llegado brincando al extremo de la rama, que va a romperse.

5 comentarios:

Fernando dijo...

Qué buena forma de acabar el año en tu blog, Juan Ignacio.

Feliz 2013 para ti, para tu familia y para la Argentina.

Juan Ignacio dijo...

¡Gracias, feliz 2013 Fernando!

AleMamá dijo...

Qué lindo texto has escogido, Juan Ignacio. Gracias.

Te deseo un muy feliz 2013 con tu señora y tus niños.
Un abrazo

Fernando dijo...

Por cierto, se me olvidó contarte una anécdota que tiene que ver con el pasaje de Frossard. Estaba en Semana Santa en una procesión del Santo Entierro, en que Jesús venía en su urna de cristal, muerto, con la mirada perdida, con las llagas abiertas. A mi lado había un niño con su padre socialista. El niño se quedó atónito al ver la imagen, y con voz de pena le dijo al padre: "pobre señor, papá, ¿ha tenido un accidente de coche?".

Juan Ignacio dijo...

Gracias Alemamá.
Y qué buena anécdota, Fernando, podría haberle pasado al mismo Frossard...