Al pueblo llegó la televisión, con su galería de expresiones culturales extranjeras. Pero aún se conservaban en el lugar ciertas preferencias por las manifestaciones locales. Es así que el cura que cerraba la programación iniciaba sus palabras citando textos como este:
El sauce llorón con la noche se integra,
como un ermitaño intonso
que rezara un responso
sobre el agua negra.
O este:
En cada menudo pliegue
de la onda, el plenilunio se estaña,
al paso que va amortajando la campaña
su paralizante jalbegue.
O quizás este otro:
La luna desde el cenit los campos domina;
y el alma se dilata en su portento
con ritmo uniforme y vago,
como el agua concéntrica de un lago
en torno de un cisne lento.
Que son versos de Leopoldo Lugones juntos bajo el título “Luna Campestre”, parte del “Lunario sentimental”, de 1909.
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