sábado, 9 de julio de 2022

Un tren interrumpe menos y promete más

(Vías en desuso en Azcuénaga, Buenos Aires; foto propia)

¿Qué sentido tiene lamentarse por el fin del apogeo de los trenes como si fuera una injusticia o un mal de la modernidad? Los trenes eran más lindos y más románticos que los ómnibus o los camiones. Eso sin duda. Pero su apogeo fue un apogeo de la economía y la industria, dentro de un proceso que, por sus mismas razones de ser, iba a derivar en otra cosa sin reparar en la belleza o el romanticismo de aquellos. No ver eso y lamentarse es algo necio. Ahora bien, lamentarse por una belleza perdida no está mal. Porque, ¡qué lindas eran las cosas del tren!

De las cosas más lindas que leí sobre vías férreas estaba aquello de Faulkner en “Los invictos”, cuando el primo le mostraba a Bayard las vías y cómo pasaba el tren. El descubrimiento y el asombro. Lo trajimos en Enero: clic.

Pero en su relación con las carreteras este es un fragmento genial, de la experiencia de Miró en el Levante español:
“Camino nuevo en los montes cerrados. Esta era la comarca de los pueblos escondidos. El camino sigue nuevo. El frescor de la sierra no le deja criar polvo. A los lados, las matas de madroños, de sabinas, de aulagas y enebros; la salvia, el brezo, el romero, las pimpolladas de pinar, aun tienen su verde intacto. Porque nada rae y encallece el paisaje en el paisaje como las carreteras. La carretera es gente y arrabal, aunque esté solitaria. La carretera ya no es distancia, sino la medida de las distancias. Suprime un concepto de silencio, de clausura, de pureza que tenía cada rodal, cada instante del campo, siendo como era, guardado en sí mismo. Un tren interrumpe menos y promete más. Los carriles traspasan los campos con prisa y sutilidad. Brota la hierba, más dulce junto a las vías. Cuando el tren desaparece deja una emoción de países remotos. Es como una leyenda de civilizaciones, de hermosuras, que se comunica de cualidades agrestes. Después se queda el campo más hondo, más callado, más estático. La carretera siempre es la misma; es vecindad, y nada más promete el pueblo inmediato. De modo que para Sigüenza, ese ruralismo de las carreteras con automóviles quita la intimidad de los lugares que vio, en otros tiempos, sin carretera”.
(Gabriel Miró; Años y leguas, Caminos y lugares, Bolulla)

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