Rascándose el portamonedas, dando pasos sin ritmo fijo, girando o avanzando, arrojando papelitos abollados (quizás algún boleto sin dueño), caminaba por Lacroze y Corrientes. Un semáforo despejaba el asfalto de autos-caminantes y colectivos-caminantes, y ya tenía su propia plaza el boletero-paloma. Mientras el colectivo no venía, él paseaba por la calle. Y a mí, evocando caminatas por Plaza de Mayo en las que me abría camino entre las palomas, me era fácil imaginar el semáforo poniéndose verde, los autos-caminantes pasando y el boletero-paloma remontando vuelo con sus brazos-alas, para no ser pisado.
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