miércoles, 8 de septiembre de 2004

Mi pobre realidad y mi santo ideal

Escribía el 12 de julio de este año:
Se necesita la dimensión religiosa. Y bien entendida.
Se necesita que filtremos todo nuestro accionar, incluso el que parece más alejado de la religión, a través de las palabras de Jesús.
Nada nuevo. Nada más vigente, sin embargo. Ayer mismo domingo, en el Encuentro más importante de cada semana, lo volvimos a escuchar, y nos sigue obligando.
Y agregaba ayer:
No debemos esquivar la inquietud (estará siempre presente) generada en cada momento de nuestra vida por la tensión entre lo que podemos hacer y lo que debiéramos hacer si queremos ser fieles a lo que creemos (se podría acotar: si fuéramos realmente fieles a lo que creemos, "lo que debiéramos" no sería otra cosa que "lo que quisiéramos").
Hay muchas situaciones de mundo en las que lo que nos enseñaron se torna difícil de llevar a cabo. Nos cuestionamos entonces: ¿esta enseñanza quería efectivamente decir eso? ¿Cómo hacerlo acá y ahora? ¿Cómo poner la otra mejilla? ¿Cómo perdonar al que me ofende? Y muchas veces las respuestas que nos damos pueden ser: "en este caso no se puede realizar" o "no es eso lo que quiere decir la enseñanza, no leamos literalmente".
Esas respuestas pueden tener algo de verdad. Es muy probable que necesitemos la ayuda de un caminante más avanzado en el camino de la fe para que nos siga enseñando en mayor profundidad la palabra de Dios. Pero también esas respuestas pueden ser engaños que nos hacemos a nosotros mismos. Tenemos que recordar que lo que Jesús nos pide es ambicioso. No hay que negar que si bien su yugo es suave y su carga ligera, se entra por la puerta estrecha y se entra de su mano. Estamos entonces llamados a cosas grandes, a ser perfectos. Y esa perfección nos la propone la Palabra de Dios, la cual no es de este mundo, y por eso va contra la corriente de este mundo.
El camino está trazado, la enseñanza está dada y no hace falta ser un sabio para comprenderla (sino precisamente todo lo contrario). Estamos llamados a ser santos. La enseñanza es exigente. Que no la podamos cumplir de inmediato (que no es otra cosa que no poder dejar que Él actúe, falta de fe) no quiere decir que la enseñanza deje de tener valor, ni quiere decir que en algunos casos no haya que intentar aplicarla, ni quiere decir que estamos leyendo literalmente y por eso interpretándola mal.
Jesús nos pide amar al enemigo, Jesús nos pide poner la otra mejilla, Jesús nos pedía nuevamente este domingo dejar todo y seguirlo. Y para mí "dejar todo" aún puede ser "no darle excesiva importancia a las cosas de acá", pero para otro más avanzado en la fe, o con otra vocación, ya puede ser literalmente dejar todo. Y para nosotros los laicos "inmersos en el mundo" quizás nunca pueda ser dejar todo, o quizás sí, pero será cada vez más algo parecido a eso. (Nota para pensar en otro post: ¿qué es todo?).
Seamos capaces de dejar la meta ahí donde está, para que nos siga exigiendo llegar a ella. No temamos el diario enfrentamiento entre mi pobre realidad y mi santo ideal. Entre lo que podemos hacer y lo que debemos, o mejor dicho, queremos hacer.

1 comentario:

Juan Ignacio dijo...

Releyendo este post por casualidad, descubro que debo dar gracias a H por cosas que alguna vez me dijo.