Por el mes de abril de este pasado había hecho este escrito que viene bien como post. Como siempre, las reflexiones sobre la Palabra son sólo personales y quién sabe cuán equivocadas.
La gente diciendo "éste es el profeta que debe venir al mundo", después de la multiplicación de los panes, ¿esconde un deseo terrenal imperfecto? ¿Es la manifestación del deseo de encontrar a alguien que les de alimento y, en definitiva, solución a los problemas? Y bueno, Jesús se retiró, porque querían proclamarlo rey (de este mundo). O sea que "algo de eso había".
Supongo que es normal (y no "culposo" de por sí) sentir el deseo de querer que alguien venga y solucione nuestros problemas. Pero Jesús mostró que ese no era el camino, que Él no podía venir, anular nuestra libertad y solucionar nuestros problemas de una vez para siempre. Y fue tentado, y en el desierto dijo que "no sólo de pan vive el hombre". Y nos dejó una tarea ambiciosa, pero con la certeza de que es la que vale. Una tarea imposible para todos nosotros solos, pero posible si nos ayuda Él. No podemos renunciar a nuestra libertad, y sufriremos por eso. Pero lo más grande de todo: lo dijo y luego no se fue. Nos acompañó. Pasó por la misma "prueba". En el desierto y en la cruz. Como "certificando" que así debe ser. Sufrió con nosotros. Y más que nosotros, porque Él fue (y es) justo, sin culpa alguna. El misterio es insondable, pero acá está Él para acompañarnos.
Todo surgió con la lectura del Evangelio de hoy (Jn. 6,1-15) y el recuerdo del relato del Gran Inquisidor en Los Hermanos Karamázov, de Dostoievski. Y este último se preguntaba qué sería de los que no pertenecen al pequeño grupo de los elegidos que pueden afrontar su libertad. De los que entregan su voluntad a alguien o algo de esta tierra. Bueno, pues creo que Dios conoce hasta dónde podemos llegar, hasta dónde somos "culpables", y se nos "juzgará" en consecuencia.
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