"Tragedias celestes" (tonto nombre) conozco dos. Nunca sucedieron, pero una sucederá.
La primera es que el cielo se caiga sobre nuestras cabezas. Confieso que no sabría decir quién llamó así a esta catástrofe ni tengo muy en claro en qué consiste*. Con un poco de vergüenza diré que lo oí nombrar cuando, de chico, leía un ejemplar de la historieta "Asterix".
La primera es que el cielo se caiga sobre nuestras cabezas. Confieso que no sabría decir quién llamó así a esta catástrofe ni tengo muy en claro en qué consiste*. Con un poco de vergüenza diré que lo oí nombrar cuando, de chico, leía un ejemplar de la historieta "Asterix".
Abraracurcix, el jefe de la tribu, majestuoso y valiente, aunque algo supersticioso. Es respetado por su hombres, y temido por sus enemigos. No le teme más que a una cosa: que el cielo le caiga sobre la cabeza, pero, como él dice, "eso no va a pasar mañana..."
Y yo qué sé si no va a pasar mañana. Después de todo, la otra "tragedia celeste" que alguna vez sucederá, es parte de un suceso mucho más grande y clave de la humanidad, como es el fin de los tiempos, y eso nadie sabe cuándo sucederá. Bien podría ser mañana. Me refiero al momento en que el cielo sea retirado, como me enteraba de boca de Adán Buenosayres:
"Lucio Negri no ha de impedir que alguna vez el día pierda su gastado alfabeto ni que el mundo se tambalee como don Aquiles, el maestro ciruela de Maipú, cuando buscaba sus perdidos anteojos en las carteras de los alumnos; ni que, ¡ay!, la luna sea hecha como de sangre, ni que sea retirado el cielo como un libro que se arrolla." Las tremendas palabras del Apocalipsis venían resonando en sus oídos desde la noche anterior: Sicut líber involutus. Adán recordaba que, abandonando la lectura en aquella imagen, había contenido su respiración y escuchado el ominoso y duro silencio de la noche; y allá, en el corazón del silencio, le había parecido sorprender un ¡cric! de grandes resortes que se aflojaban, un crujido de formas que se anonadarían al instante, una sublevación de átomos que se rechazaban ya. Entonces, y bajo el peso de aquel terror, Adán había caído de rodillas; y sintió que por vez primera su torpe oración ganaba las alturas que se le habían negado tantas veces; y se había dicho que aquel sagrado temor era sin duda el preludio de la ciencia viviente por la cual venía suspirando su alma tras el hastío de las letras muertas. Un temor sagrado. Pero, ¡cuan fácilmente se disipaba ya entre los ruidos y colores del nuevo día!
* Sobre el cielo cayéndose quizás haya que estudiar mitología, ver por ejemplo esta página o esta otra.
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