viernes, 14 de octubre de 2005

De Descartes y sus consecuencias (entrada larga)

(Segundo y largo “desprendimiento” de la entrada del miércoles).

En el texto copiado de “Autopsia de Creso”, si observan, Marechal dice: “c) la ciencia moderna, resultado final del método...”. Y es la alusión al método de Descartes, de quién habla un poco antes.

Una vez comenté lo que dijo mi profesor de Doctrina Social de la Iglesia. Él dijo que habría que diferenciar entre Descartes y lo que vino después de él, o lo que hicieron con lo de él. En defensa de esa postura y trabajando sobre la idea de los “sistemas filosóficos”, tomaba un texto de Unamuno sacado de “Del sentimiento trágico...”:
En las más de las historias de la filosofía que conozco se nos presenta a los sistemas como originándose los unos de los otros, y sus autores, los filósofos, apenas aparecen sino como meros pretextos. La íntima biografía de los filósofos, de los hombres que filosofaron, ocupa un lugar secundario. Y es ella, sin embargo, esa íntima biografía, la que más cosas nos explica.
Esto pretendí usarlo para quitar un poco responsabilidad en el vínculo entre Descartes y sus sucesores racionalistas. Y para reforzar la idea “vital”, agregaba alguna que otra anécdota que mostraba a Descartes como creyente (lo cual, en realidad, no prueba ni niega nada).

Pero mejor de lo que pueda decir yo, está lo que sería una explicación Marechalesca de “Descartes y sus consecuencias”. Trataré de resumirla, y la entrada se hará un poco larga. Se pueden leer sólo las negritas y ver si interesa.
(...) Y a mi juicio, Renato Descartes es el paradigma de la mentalidad burguesa en tren de filosofar por su cuenta riesgo. Este primer líder del racionalismo burgués, cuyo representante último ha de ser Carlos Marx, parte de la “duda”, que, según dije ya es una inclinación de Creso hija de su natural “desconfianza”. Merced a la duda, que ha de utilizar a guisa de “método”, Descartes arroja por la borda no sólo el ya descuidado lastre de la Revelación, sino todas las filosofías anteriores cristianas o paganas y entonces, náufrago en el piélago de una agnosia integral, da con la tabla salvadora, el ilustre cógito ergo sum. Lo que realmente salva él en su cógito es la certidumbre de su propia naturaleza racional: en lo sucesivo le será dado sostener fuera de toda duda que Descartes “es un hombre”. ¿Cree usted que valía la pena tan ostentoso naufragio?

15.- Amigo, lo que importa es el lugar en que nuestro filósofo recoge la tabla. Y la recoge, según entiendo, en la frontera exacta de su “modalidad anímica” y su “modalidad corpórea”. Desde aquel punto crítico y ya montado en la tabla, Descartes ve la forma “dual” del compositum humano: un cuerpo y un alma. Lo riesgoso era que, para una mente dubitativa y sedienta de corroboraciones experimentales como la suya, el primer término del binomio (el cuerpo) resultaba ser el más evidente y el más fácil de reducir a “experiencias”. Y me digo yo aún si el otro término (el alma) se le impuso a Renato como un sentir muy sincero en él, o como una concesión prudente a lo teológico que aún gravitaba con fuerza, o como un imperativo de la “simetría” (Descartes era geómetra), o como una segregación de la misma corporeidad, según lo entendieron más tarde los psicólogos. ”El cerebro -nos dijo cierta vez un profesor de la Escuela formal- es una glándula que segrega ideas”. Y lo aplaudimos a rabiar: ¡Éramos tan jóvenes!

16.- Lo cierto es que el famoso dualismo cartesiano apareció más cómo una invitación a la Física (cuyo dominio es el mundo corporal) que como una instancia concomitante de la metafísica. Y sus consecuencias en el devenir ulterior del hombre lo confirman demasiado. También resulta indudable que el triunfo y divulgación de tan pobre doctrina no hubiera sido posible si ella no hubiese reflejado un nivel intelectual preexistente y común a la mayoría de los hombres de la época. Vayamos a un “antecedente” más próximo: los llamados “filósofos de la Revolución Francesa” (que dio a Creso una victoria decisiva) son de origen burgués en su mayor parte y de mentalidad burguesa todos. Ellos cavaron y sembraron el terreno recibido, bien que ya con una diferencia de actitud muy visible: si en Descartes el proceso arranca de la “duda” y traduce una simpática dramaticidad, en los filósofos de la Revolución ya no existe la duda, sino la firmeza de una “convicción” a puño cerrado que se manifiesta por una ironía suficiente (como en Voltaire) o por un desnudo cinismo (como en Rousseau). Así triunfa la Revolución de Creso; y erige a la razón como a una diosa laica. No es la Razón que antaño ejercitara el buen Aristóteles en su Metafísica, sino la razón de Creso, minimizada como dije, por su natural estrechez de sesera.
38.- Le anticipé a su hora que el dualismo cartesiano, en razón de su origen “mentalmente" burgués, descuidaría el segundo término del binomio (el alma) en favor del primero (la corporeidad del hombre). Justo es decir que las “curiosas ciencias”, anunciadas por Descartes como de navidad inminente, habían tenido en el Renacimiento el origen de su “posibilidad”. Se trataba de buscar a Dios, no ya en las Escrituras reveladas (de origen “sobrehumano”), sino en la Naturaleza entendida como un “libro” escrito por el Hacedor según medida, peso y número. La lectura del “libro” exigiría, pues, una investigación minuciosa de tales números, pesos y medidas; y las “curiosas ciencias” que anunciaba Descartes presentían esas investigaciones y experimentos.

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