Dos ancianos rusos habían hecho la promesa de ir en peregrinación a Jerusalén. Pero uno de ellos, rico y con ocupaciones, y con la excusa de no poder dejar a nadie encargado, seguía postergando el viaje. El otro, de condición más humilde, lo trataba de convencer y fue en ese trance que dijo algo que "Aquí estamos" publicará:
Pues te aseguro, amigo, que no podrás hacerlo todo por ti mismo. Ayer, por ejemplo, las mujeres estaban limpiando las habitaciones para la fiesta; y siempre quedaba algo por arreglar. De ninguna manera hubiera podido hacerlo todo yo solo. La mayor de mis nueras, que es muy inteligente, decía: "Está bien que las fiestas vengan en un día fijo, sin esperar a que nosotros queramos que lleguen, porque de otro modo, a pesar de nuestros esfuerzos, no acabaríamos nunca de prepararnos para celebrarlas.
Es Tolstoi quien relata esto en "Los dos ancianos", del libro "Cuentos Populares".
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