Y no nos hemos de ir,
y no nos hemos de ir,
hemos traído alpargatas
pa’ romperlas aquí.
Tanto dolióle al corazón la suerte
de lo que apenas ríe levantado
ya llora prometido de la muerte (…)
Y no nos hemos de ir,
y no nos hemos de ir,
hemos traído alpargatas
pa’ romperlas aquí.
Tanto dolióle al corazón la suerte
de lo que apenas ríe levantado
ya llora prometido de la muerte (…)
Todo ello exige también que quien preside la acción litúrgica la comprenda adecuadamente, la realice justamente y se entregue a ella en verdad, de modo que, quien tenga buena voluntad, pueda en verdad «oír con sus oídos, contemplar con sus ojos y tocar con sus manos la Palabra de Vida».
La resurrección de Cristo es captada, ante todo, por la fe. Sin embargo, es también cierto que el creyente se encuentra de un modo especial ante la verdad, la gracia y la sagrada pujanza de la resurrección de Cristo en un determinado momento del año litúrgico: en la celebración litúrgica de la Pascua de Resurrección. (…)
Todo esto no es una alegoría piadosa y edificante, sino una verdad: la verdad de la acción litúrgica. Esta verdad se ha hecho en gran parte inaccesible para el hombre moderno. El hombre moderno ha perdido la facultad de contemplar las configuraciones reales-concretas, de captar el sentido de las acciones simbólicas, de participar a través de ellas de un contenido divino y de vivir aquel contacto con lo divino, al que se refiere San Juan, al comienzo de su primera carta: «lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que nuestras manos han tocado del Verbo de Vida...» El hombre moderno solamente quiere hablar, oír, pensar, juzgar... Pero esto sólo no basta y es, por lo tanto, preciso avivar las energías soterradas durante largo tiempo y despertar los órganos que se han dejado atrofiar. El hombre moderno debe aprender, no solamente a reflexionar sobre las configuraciones simbólicas, sino a contemplarlas, y contemplándolas comprenderlas. Debe aprender no tanto a preguntarse qué significan las diversas acciones sagradas, cuanto a ejecutarlas, partiendo así de su contenido.
Propiamente no debe hablarse de oración litúrgica, sino de “acción” litúrgica. La raíz de la liturgia está en la acción sagrada, sobre todo en la Santa Misa, en que se cumple el precepto del Señor a los apóstoles: acordarse de Él, “haciendo” lo que él había hecho. (…)
Ya hemos indicado que el centro de gravedad de la liturgia reside en la acción litúrgica. Queremos insistir sobre ello, porque este concepto de la liturgia se ha perdido en amplios sectores de la vida cristiana. El centro de gravedad de la vida religiosa se ha desplazado hacia la esfera de las «vivencias» del pensamiento y del querer. Conforme a esta orientación general de la vida religiosa, las acciones litúrgicas han sido interpretadas como «medio» para el adoctrinamiento y edificación espiritual. Sin embargo, no es este el sentido de la acción litúrgica, la cual es, en su sentido más propio, la realización de los misterios cristianos como acciones intuitivas material-espirituales.
El lunes también se trata de dominar la ansiedad. Casi el mismo ejercicio que hay que hacer para esperar eficazmente un colectivo o lograr una verdadera comunicación con otra persona. Hay que ser dueño del lunes, no sólo pasarlo camino al viernes.
Nómbreme, por ejemplo, dos cosas que nada tengan que ver entre sí, y asócielas mediante un vínculo que sabemos imposible en la realidad. De primera intención, en esos dos nombres la inteligencia ve dos formas reales, bien conocidas por ella. Luego viene su asombro al verlas asociadas por un vínculo que no tienen en el mundo real. Pero la inteligencia no es un mero cambalache de formas aprehendidas, sino un laboratorio que las trabaja, las relaciona entre sí, las libra en cierto modo de la limitación en que viven y les restituye una sombra, siquiera, de la unidad que tienen en el Intelecto Divino. Por eso la inteligencia, después de admitir que la relación establecida entre las dos cosas es absurda en el sentido literal, no tarda en hallarle alguna razón o correspondencia en el sentido alegórico, simbólico, moral, anagógico... [*]
Cuando yo digo, verbigracia: El chaleco laxante de la melancolía lanzó una carcajada verdemar frente al ombligo lujosamente decorado, hay en mi frase, a pesar de todo, una lógica invencible. (…) ¿No puedo, acaso, por metáfora, darle forma de chaleco a la melancolía, ya que tantos otros le han atribuido la forma de un velo, de un tul o de un manto cualquiera? Y ejerciendo en el alma cierta función purgativa, ¿qué tiene de raro si yo le doy a la melancolía el calificativo de laxante? Además, y haciendo uso de la prosopopeya, bien puedo asignarle un gesto humano, como la carcajada, entendiendo que la hilaridad de la melancolía no es otra cosa que su muerte, o su canto del cisne. Y en lo que se refiere a los ombligos lujosamente decorados, cabe una interpretación literal bastante realista.