sábado, 8 de octubre de 2005

Divagues de oficina para lectores pacientes

Ningún trabajo es indigno (la prostitución no es trabajo; y jugar al fútbol tampoco, decía mi profesor de antropología filosófica). Es así que el trabajo en una oficina, en relación de dependencia, tampoco es indigno. Que quede claro: trabajo en una oficina. ¡Y a mucha honra!

(La verdad es que no sé si a tanta honra, porque si me pisan grito que tengo tal título e hice tal cosa y mi trabajo es de profesional... para que no crean que estoy haciendo “otros” trabajos de oficina).

Al "ser de oficinas" le toca un trabajo de lo más merecedor de misericordia. Porque es un trabajo sucio, pero con aires de ser todo lo contrario.
El confort de la silla mullida es fomento de grasa abdominal, cuando no de vicios. “¡Una vuelta al edificio, vamos, trotando, march!” Alguien debería hacernos mover un poco.

Café, café, café... es el moderno hollín de carbón que aspiran los mineros de corbata. Y después está el que se cuida: no tanto café, “la milanesa por favor al horno, no frita, muchas gracias”, dietas de sólo ensalada y yogur. La verdad es que del café yo me estoy cuidando, y empecé a andar en bicicleta por la mañana.

Un servicio de cacheteo en el molinete de ingreso. Para despertarse, para poner cara de seguridad y autosuficiencia y para saludar con la mejor sonrisa de publicidad de dentífrico que uno tenga. No vendría mal.

Está quien piensa que todo lo que uno hace tiene como finalidad jorobarlo a él. Está el que envidia hasta el hecho de que vos tengas un metro menos de distancia a la ventana. Está el que compite hasta en la pavada más pava (aunque no lo digan): cantidad de veces que el gerente le sonrió al pasar por el pasillo, por decir algo.

Y después, por último, lo mejor. Lo bueno. Esa gente que disfruta de su trabajo. Que pone su alma en cada cálculo, que deja el lomo en cada presentación de PowerPoint, que va a todas las pelotas como la última. Esa gente que tiene la suerte (en cierta forma) de que no le surgen las preguntas profundas acerca de lo que hace. "Agarran el lápiz" y le meten para adelante. Y son exitosos (en el buen sentido, aunque en el sentido estrictamente laboral).

No quisiera ser como ellos. No puedo. A veces los envidio. No exactamente, pero en cierta forma como Adán envidiaba al abuelo Sebastián o a los obreros de la cutiembre que yacían exhaustos en la vereda de Gurruchaga. ¿Por qué no haberse dedicado a algo en vez de ser un soñador, tejedor de humo? Pero Adán había mordido el anzuelo, y el pez se agitaba en la caña del Cristo de la Mano Rota.

Y yo acá, creyéndome cosas que no soy, sacando al sol trapos de vanidad lavados con jabón en polvo de sinceras aspiraciones (y encima haciendo metáforas muy arriesgadas, en el límite con el mal gusto).
Ya se me pasó, chau.
(7 de octubre, viernes)

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola cómo estás!!!!??? bueno la verdad es que envidio a la gente que trabaja en oficinas, a pesar de que me gusta la docencia ME GUSTA EN LA UNIVERSIDAD!!!! en bachillerato con adolescentes es muy dura!!! quiero volver a la oficina ya!!! desde hace 5 años no sé qué es eso. Pero bue, se ofrece a Dios.
un abarzo, visítame cuando puedas
te quería pedir que sigas rezando por l oque tedije: algo que anhel omucho, y si me puedes ayudar a encontrar las biografías de lso santos que lucharon contra lso totalitarismos (y bueno saber quiénes son)
gracias