Parecía un hombre rico y ostentador. Por donde caminaba iba dejando un rastro de brillantes monedas que desparramaba como si nada fuera...
Al minuto me di cuenta, ¡el bolsillo de mi pantalón tenía un pequeño agujero! Un agujero no reparado en la última temporada, que había ido al placard con él y hoy, al sacarlo nuevamente al ruedo, allí estaba para hacerse notar. Y yo me encontraba justo a la entrada de las oficinas. “¡Je, je! ¡Qué cosa! ¡Estas monedas! Sí, sí, es mía, gracias, muy amable...”
Bien podría haberme hecho el importante, respondiendo: “Quédesela, es suya”. O quizás intentado alguna especie de broma de inspiración en Rayos y Truenos: “Para no perderme adentro, las voy dejando, como Pulgarcito”. Pero nada de eso salió.
“A no intimidarse”, me dije. Cambio de wing, monedas a la derecha, billetera a la izquierda, frente en alto y… ¡adentro!
2 comentarios:
Me lo imagino perfectamente. Lo malo es que uno nunca sabe donde comenzó su siembra y solo puede recoger las últimas monedillas.
¡Buenísimo!
Cuando empecé pensé: ¿Y ahora de qué libro está citando Juan Ignacio? ¡Y después resultó verídico! ¡Muy bueno!
¡Ah! La solución-'desenlace' también!
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