martes, 5 de octubre de 2004

Consuelo


—Hay en Villa Crespo —refirió desganadamente [Adán]— una vieja italiana que yo he bautizado con el nombre de Cloto. La encuentro a veces, en la iglesia de San Bernardo, arrodillada frente al altar mayor; y al verla me pregunto si Cloto no sabe más que todas las filosofías juntas.
—No lo dudes —afirmó [Samuel] Tesler—. Sabe más. El señor Johansen, que todo lo pesaba, dio aquí señales de algún descontento.
—Me parece una barbaridad —insinuó tímidamente—. Aunque yo nada sé de filosofía.
—Y si no sabe, ¿por qué mete la cuchara? —lo reprendió Samuel con acritud.
El señor Johansen enrojeció hasta la raíz del pelo, aunque, a decir verdad, no conservaba mucho; el señor Johansen recordó su naturaleza de hombre libre y su derecho a opinar; el señor Johansen carraspeó dos o tres veces, ansioso de una reivindicación inmediata. Pero los ojos de Samuel Tesler seguían clavados en los suyos y lo hipnotizaban, como si fuesen los de un basilisco.
—Una barbaridad —aprobó entonces Lucio Negri—. ¿Por qué una vieja de rodillas ha de saber más que un filósofo sentado?
—¡Eso digo yo! ¿Por qué? —refunfuñó el señor Johansen hambriento de reivindicaciones.
Por segunda vez Adán sintió el peso inútil de aquella discusión.
—La verdad es infinita —dijo—. Y me parece que hay dos maneras de abordarla: una es la del vidente que, al reconocer la impotencia de su finitud ante lo infinito, pide ser asimilado a lo infinito por la virtud del Otro y la muerte de sí —¡mi Cuaderno de Tapas Azules!—; y otra es la del ciego que trata de abarcar lo infinito con su propia finitud, lo cual es matemáticamente imposible.
Lucio Negri cambió una mirada significativa con el señor Johansen.
—¡Bah! —rezongó—. ¿Quién digiere ahora ese cóctel de finitos e infinitos?
—La verdad es difícil —repuso Adán con desgano.
—Al parecer, no es tan difícil —objetó Lucio—. ¡Una verdad que aterriza, generosamente en el cráneo de una vieja, por el solo hecho de que la vieja está papando moscas frente a una imagen de palo!
Diálogo en Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal.
Recordaba este diálogo al ver a una de esas personas sencillas de mucha fe, como la Cloto.
Pero me quedé atrapado por el diálogo. Siempre me dio bronca que Marechal haga quedar bien a Lucio Negri y no a Adán, que estaba en la verdad.
Ahora encontré algún consuelo. Entiendo que quizás fue un diálogo más evangélico de lo que yo pensaba (¿eh?). Sin hacer comparaciones sin sentido, la misma verdad, proclamada por Jesús, fue objeto de rechazos y Jesús no tuvo el triunfo o el éxito de este mundo. ¿Por qué habría de tenerlo Adán?
Pero se puede agregar alguna otra "cosita" evangélica. Adán previendo que todo fracasaría, sientiendo el peso inútil de aquella discusión, como quién sabe que es verdad proclamada a "sabios".
Y fuera del texto citado, Samuel Tesler se desquita con el señor Johansen, que se reía de la ocurrencia de Negri. Y Tesler podría ser como el apóstol Pedro, que trata de defender a Jesús y le "corta la oreja" a Malco, representado en alguna forma por Johansen.
¿Y por qué aterriza está en cursiva?

1 comentario:

R. Castillo dijo...

Que buenos diálogos, coincido con Adán, y al final no es tan dificil de entender aunque el haya desistido en defenderlo:

"—La verdad es infinita —dijo—. Y me parece que hay dos maneras de abordarla: una es la del vidente que, al reconocer la impotencia de su finitud ante lo infinito, pide ser asimilado a lo infinito por la virtud del Otro y la muerte de sí —¡mi Cuaderno de Tapas Azules!—; y otra es la del ciego que trata de abarcar lo infinito con su propia finitud, lo cual es matemáticamente imposible"

Y aterriza? donde viene?