De un librito viejo rescaté una poesía que me gustaba cuando era más joven. Para ese entonces, si no terminaba el colegio empezaba la facultad, y no recuerdo apreciar la obra por estar pensando en alguien en particular. A esa edad yo estaría como aquel que está enamorado de todas las “chicas” y de ninguna a la vez. Más bien la dedicaría hoy a mi esposa, omitiendo palabras como “porteña”, por ejemplo, por cuestiones geográficas que podrán los lectores imaginar.
Viejo poema, muy conocido, muchas veces “colgado” en Internet, pero no importa. Otro escritor argentino éste, y muy vinculado a la política, pero tampoco importa, porque acá no se trata de eso. Título: “La Diamela”, de Esteban Echeverría. (¡Ah, era esa!).
Dióme un día una bella porteña,
que en mi senda pusiera el destino,
una flor cuyo aroma divino
llena el alma de dulce embriaguez;
me la dio con sonrisa halagüeña,
matizada de puros sonrojos,
y bajando hechicera los ojos,
incapaces de engaño y doblez.
En silencio y absorto toméla
como don misterioso del cielo,
que algún ángel de amor y consuelo
me viniese, durmiendo, a ofrecer;
en mi seno inflamado guardéla,
con el suyo mezclando mi aliento,
y un hechizo amoroso al momento
yo sentí por mis venas correr.
Desde entonces, do quiera que miro
allí está la diamela olorosa,
y a su lado una imagen hermosa
cuya frente respira candor;
desde entonces por ella suspiro,
rindo el pecho inconstante a su halago,
con su aroma inefable me embriago,
a ella sola consagro mi amor.
Viejo poema, muy conocido, muchas veces “colgado” en Internet, pero no importa. Otro escritor argentino éste, y muy vinculado a la política, pero tampoco importa, porque acá no se trata de eso. Título: “La Diamela”, de Esteban Echeverría. (¡Ah, era esa!).
Dióme un día una bella porteña,
que en mi senda pusiera el destino,
una flor cuyo aroma divino
llena el alma de dulce embriaguez;
me la dio con sonrisa halagüeña,
matizada de puros sonrojos,
y bajando hechicera los ojos,
incapaces de engaño y doblez.
En silencio y absorto toméla
como don misterioso del cielo,
que algún ángel de amor y consuelo
me viniese, durmiendo, a ofrecer;
en mi seno inflamado guardéla,
con el suyo mezclando mi aliento,
y un hechizo amoroso al momento
yo sentí por mis venas correr.
Desde entonces, do quiera que miro
allí está la diamela olorosa,
y a su lado una imagen hermosa
cuya frente respira candor;
desde entonces por ella suspiro,
rindo el pecho inconstante a su halago,
con su aroma inefable me embriago,
a ella sola consagro mi amor.
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