viernes, 18 de febrero de 2005

Misterios. Muerte.

De un artículo de Zenit (ZS05020309, 3 de febrero de 2005) referido a cuestiones a tener en cuenta en la donación de órganos, leí cosas muy interesantes sobre la muerte.

Según «la antropología cristiana», afirma el Santo Padre en respuesta al interrogante, «es sabido que el momento de la muerte de toda persona consiste en la definitiva pérdida de su unidad constitutiva de cuerpo y espíritu».

«Cada uno de los seres humanos, de hecho, vive en la medida en que es "corpore et anima unus" [la [«unidad de cuerpo y alma» ndr.] (Gaudium et Spes 14), y lo es hasta que subsiste esta substancial unidad-en-totalidad».

Por tanto, reconoció, «la muerte de la persona, entendida en este sentido primario, es un acontecimiento que ninguna técnica científica o método empírico puede identificar directamente».

Desde el punto de vista clínico, consideró, «la única manera correcta --y también la única posible-- de afrontar el problema de la certeza de la muerte de un ser humano es la de concentrar la atención y la investigación en la individuación de los adecuados "signos de muerte", reconocidos a través de su manifestación corporal en el individuo».

Citando un discurso de Pío XII de 1957 el pontífice concluyó la respuesta a su pregunta aclarando que al afirmar que «corresponde al médico dar una definición clara y precisa de la "muerte" y del "momento de la muerte" de un paciente que expira en estado de inconsciencia».

Acostumbrado a pensar mucho en el otro límite, el del origen de la vida, esto capturó mi atención.
En primer lugar, me alegra cuando la Iglesia de la cual formamos parte dice a través de los responsables cosas como: "la muerte de la persona, entendida en este sentido primario, es un acontecimiento que ninguna técnica científica o método empírico puede identificar directamente". Porque es de valientes hoy en día reconocer la impotencia ante el misterio. Hoy en día todos sabemos de todo, todo opinamos de todo y el que respeta los misterios es visto como un primitivo o un hombre de la Edad Media (con todo el mal concepto que hay de la Edad Media). Es algo valiente decir: "es un misterio y hasta que no sepamos más no podemos actuar o decidir sobre él".
El reconocimiento del misterio surge después de una profunda y estudiosa reflexión, guiada siempre por la recta intención. Al profundizar se comprende que hay algo que nos supera. Que no podemos ser tan orgullosos de actuar con autoridad sobre ello. Como en el origen: aceptar la vida que va a nacer aún con problemas serios de salud, o tantas otras cosas.
Eso sí. Siempre hay que estar atento, no sea que pequemos por irnos para el otro extremo. Como aquellos primitivos hombres que se veían en una propaganda, que decían: "¿para qué usar el tren si Dios nos dio caballos?" O como el cura de aquel cuento que en la inundación del pueblo no se subía a ningún bote ni aceptaba ningún auxilio de nadie porque "Dios lo iba a salvar".
Porque aceptar lo divino no es dejar de confiar en el hombre, como queda claro en el siguiente párrafo del artículo citado, cuando dice: "corresponde al médico dar una definición clara y precisa de la ‘muerte’ y del ‘momento de la muerte’ de un paciente que expira en estado de inconsciencia".
En segundo lugar, y ya es extenso el post, diré que también pensé sobre la muerte en sí. Esa prueba única. Ese examen final del que nunca nadie nos contó su experiencia completa. Podemos suponer que falta para eso y podemos calcular los días que pueden quedarnos. Y ver cuán pocos son. Y así valorar cada uno. Pero sabemos también que la muerte puede ser mañana, hoy. Y entonces también, cada día es único. Pensar en la muerte es meterse un poco en la realidad. Es darse cuenta que "esto" pasa.
Corremos, escapamos, estamos ciegos, estamos sordos, o ebrios, o adormecidos. Basta pensar un poquito en la muerte para despertarse.

No hay comentarios.: