domingo, 2 de abril de 2006

Primero filosofar

Quizás porque se me solía aconsejar que haga más y piense menos; quizás cubriendo un defecto de ser poco “hacedor” (si es que pudiera haber un defecto así, una obligación moral de hacer a la cual estoy faltando; hay cosas que debo hacer y no hago, pero no es sobre esas sobre las que se me reclama); quizás por todo eso pero además con razón, me gusta reivindicar el “primero filosofar y luego vivir” (inversa del conocido dicho). Es la historia de aquél “Primer apólogo chino”.

Y hoy de Chesterton, con una frase: “Dejemos que el hombre se ocupe de su filosofía, y su civilización se ocupará de sí misma”.

Magnífico remate del artículo “La voluntad humana y la declinación del imperio”, en el libro de artículos traducidos del “The Illustrated London News”. Partiendo de una serie de sucesos trágicos continuados y comentando explicaciones que se buscaron a los mismos, habla de la importancia de la moralidad o la virtud de hacer bien el propio trabajo (que es parte de una serie de trabajos asociados que realizan otros miembros de la sociedad). Luego explica que si bien el trabajo manual ya no se hace y se reemplazó por otro mental, siempre es el hombre el que trabaja, y de ahí la importancia de atender a la “filosofía”:
(...) deberíamos preocuparnos mucho y estar constantemente alerta para ver que en medio de toda la maquinaria el alma del hombre no se vaya a dormir. Si el alma del hombre se duerme, no solamente esto será malo para el alma del hombre, sino que será también malo para la maquinaria. Una máquina rápida operada por hombres lentos será una máquina lenta. Una máquina eficiente operada por hombre ineficientes será una máquina ineficiente. Una máquina exacta operada por hombres inexactos será una máquina inexacta. Una máquina buena operada por hombres malos será una máquina mala. Pues no hay nada realmente separado del hombre o realmente independiente de él en todo el mundo humano. Todas las herramientas son, por así decir, extensiones de sus miembros. (...)

Las señales de madera de un ferrocarril son sólo los robustos brazos de un hombre dándole advertencias a sus hijos. Las lámparas de gas o electricidad son sólo los innumerables ojos de un hombre penetrando en todo lugar oscuro y en todo rincón del crimen. Su pulso apasionado está palpitando en el pulso de cada desapasionada máquina. Sus nervios están cosquilleando en los últimos delicados filamentos de hilos y alambres. Todas las fábricas del mundo trabajan solamente porque trabaja su cerebro. Todos los barcos y automóviles marchan rápidamente sólo porque la cosa más rápida de todas es el antiguo deseo del corazón.
(Sí, es un aspecto. No todo es “hacer las cosas bien” y así “todo irá bien”. Podemos ir más profundo, decir que siempre habrá cosas que salen mal y la solución es el amor, el reparar con amor el mal del mundo, el mal en las acciones de los hombres. Pero quedémonos en el punto: preocuparse por nuestra alma, por nuestros deseos del corazón; si ese trabajo de pensamiento -y mucho más que eso- se hace previamente, es más probable que las cosas luego salgan bien, que se obre bien, se logrará al menos no obrar en vano).

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