La mejor forma de responder al mandato de ser perfectos como nuestro Padre, la forma por excelencia, quizás la única posible, sea la caridad, el amor misericordioso. Dios es amor, ¡qué mejor forma de ser como él! [No tengo ni idea de si lo que acabo de decir debería ser la obviedad más grande para un cristiano. Si lo que dije es correcto, es casi una novedad para mí].
Como miembro de la Iglesia, el hablar con gente que no comparte la fe me ayuda para ver como fallamos en nuestra misión, para notar cuáles son las cosas que deforman la imagen de Cristo que debemos llevar al mundo.
Ojalá yo pudiera ser vehículo de su Palabra, de su Amor, aunque sea en una ínfima parte. Me concentré últimamente en dar argumentos razonables. Bien intencionado, sinceramente motivado a mostrarles la verdad de un Dios que no es lo que sus malas experiencias con la Iglesia u otras religiones le hacen ver.
Dios es Verdad y hay que luchar por la Verdad. Eso está bien. Pero también Dios es Amor. La mejor intención de mostrar la verdad al prójimo es en vano si no hay amor. Porque estamos convencidos de una verdad, verdad revelada y aceptada que se comprueba día a día. Pero somos tan pobres al percibirla, ¿cómo podremos dar una buena idea a otro?
Nuestra misión es amar al otro. Dios sabrá hacerle ver su Verdad. [¿Qué les parece esta idea? Después de todo, si amamos, seremos imagen de Dios. Después de todo, la Verdad es más que un razonamiento].
Esto no niega la utilidad del diálogo (que es lo que surge en estos medios de comunicación modernos). Mostrar la verdad que yo conozco y la que me enseñó Dios, dar la propia opinión, sincera, basada en la propia experiencia, mostrando “el tesoro encontrado” más que queriendo ganar una disputa, abierto a la porción de verdad que todas las expresiones pueden tener, es valiosísimo. Y bien hecho tiene su carácter amoroso. Puede ser amor. Es el amor en el encuentro lo que más nos debe preocupar, lo demás lo hace Dios.
Hace un tiempo hice un post hablando de la caridad como látigo o caricia (el tema nacía de las palabras que me regalaba otro “bloguero”). Siempre fue un dilema muy grande para mí: cuándo actuar de una manera o cuándo de otra. Ahora creo que me estaba concentrando mucho en “los modos” y poco en “el corazón”. Si me preocupo por mis íntimas motivaciones y trato de que sea el amor el que me anima, luego ello se manifestará de una forma u otra (látigo o caricia; de acuerdo a mi forma de ser, la circunstancia apropiada y otros factores), pero será buena, porque es amor.
Como miembro de la Iglesia, el hablar con gente que no comparte la fe me ayuda para ver como fallamos en nuestra misión, para notar cuáles son las cosas que deforman la imagen de Cristo que debemos llevar al mundo.
Ojalá yo pudiera ser vehículo de su Palabra, de su Amor, aunque sea en una ínfima parte. Me concentré últimamente en dar argumentos razonables. Bien intencionado, sinceramente motivado a mostrarles la verdad de un Dios que no es lo que sus malas experiencias con la Iglesia u otras religiones le hacen ver.
Dios es Verdad y hay que luchar por la Verdad. Eso está bien. Pero también Dios es Amor. La mejor intención de mostrar la verdad al prójimo es en vano si no hay amor. Porque estamos convencidos de una verdad, verdad revelada y aceptada que se comprueba día a día. Pero somos tan pobres al percibirla, ¿cómo podremos dar una buena idea a otro?
Nuestra misión es amar al otro. Dios sabrá hacerle ver su Verdad. [¿Qué les parece esta idea? Después de todo, si amamos, seremos imagen de Dios. Después de todo, la Verdad es más que un razonamiento].
Esto no niega la utilidad del diálogo (que es lo que surge en estos medios de comunicación modernos). Mostrar la verdad que yo conozco y la que me enseñó Dios, dar la propia opinión, sincera, basada en la propia experiencia, mostrando “el tesoro encontrado” más que queriendo ganar una disputa, abierto a la porción de verdad que todas las expresiones pueden tener, es valiosísimo. Y bien hecho tiene su carácter amoroso. Puede ser amor. Es el amor en el encuentro lo que más nos debe preocupar, lo demás lo hace Dios.
Hace un tiempo hice un post hablando de la caridad como látigo o caricia (el tema nacía de las palabras que me regalaba otro “bloguero”). Siempre fue un dilema muy grande para mí: cuándo actuar de una manera o cuándo de otra. Ahora creo que me estaba concentrando mucho en “los modos” y poco en “el corazón”. Si me preocupo por mis íntimas motivaciones y trato de que sea el amor el que me anima, luego ello se manifestará de una forma u otra (látigo o caricia; de acuerdo a mi forma de ser, la circunstancia apropiada y otros factores), pero será buena, porque es amor.
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