lunes, 10 de abril de 2006

Lunes santo (amor a Dios)

María que unge los pies de Jesús con un caro perfume. La acusación de Judas: por qué no vender ese perfume y ayudar a los pobres. La enseñanza de Jesús.

Mar adentro nos trae las palabras de Monseñor Echevarría, prelado del Opus Dei (las encontré escritas en una página), el que a su vez cita a Juan Pablo II:

«La valoración de Jesús es muy diversa», escribe Juan Pablo II. «Sin quitar nada al deber de la caridad hacia los necesitados, a los que se han de dedicar siempre los discípulos —"pobres tendrán siempre con ustedes"—, Él se fija en el acontecimiento de su muerte y sepultura, y aprecia la unción que se le hace como anticipación del honor que su cuerpo merece también después de la muerte, por estar indisolublemente unido al misterio de su persona» (Ecclesia de Eucharistia, 47).

Agrega luego Echevarría:

Para ser verdadera virtud, la caridad ha de estar ordenada. Y el primer lugar lo ocupa Dios: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es como éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Siempre pensé que los dos mandamientos estaban hoy, para nosotros, más “juntos” que antes. En cierta (y especial) forma, se ama a Dios amando a los demás, en virtud de aquello de que “lo que hagan con el más pequeño...” Pero olvido que hoy también tenemos a Jesús entre nosotros (hombre de poca fe). Olvido que su cuerpo y su sangre están entre nosotros en el pan y el vino consagrados y de ahí que tenga sentido todo el lujo en los cálices y otros elementos del culto.

De eso habla también el artículo, y habla de la atención a las necesidades de los ministros sagrados. Y es interesante porque a medida que avanzamos en nuestra reflexión podemos perder conciencia de la enseñanza central. Podemos volver a caer en la tentación similar a la de Judas (aunque no tuviéramos su mala intención). Es muy fácil hoy en día, en que todo se mide por su “efectividad” (entendiendo a la efectividad de la forma en que se la entiende hoy en día).
Hay, sin embargo, una clave en todo esto, y el artículo también da una punta. Pero quizás se pueda decir con aquellas palabras de Benedicto XVI en Deus caritas est, palabras que traje hace poco hablando de la caridad y la justicia. Creo que podríamos decir que la tentación de Judas (aún sin mala intención) también “esconde una concepción materialista del hombre: el prejuicio de que el hombre vive « sólo de pan » (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3)
Creo yo. Uds. sabrán más.

4 comentarios:

XavMP dijo...

No creo que Judas lo pensara solo desde la justicia humana y de lo injusto de derramar lo que hubiese sido tan útil para los pobres.

No creo.

Para mi lo terrible de Judas está en que la soberbia y la envidia eran lo que corrohía su corazón, algunos autores hablan inclusivo de algún tipo de posesión diabólica consciente .

Así el comentario de Judas es una observación llena de odio y envidia (¿porque no se me ocurrió a mi?¿que se cree esta?) más que una observación meramente práctica y económica.

Juan Ignacio dijo...

Sin duda que Judas no lo pensó desde la "justicia humana" (que no es tal siquiera). Lo dice la misma Biblia. "Dijo eso no porque..."

Yo digo que nosotros a veces nos tentamos de decir lo mismo que Judas (aunque no tengamos la intención desviada).

Y a veces con la intención desviada también.

Juan Ignacio dijo...

Fui poco claro:

Creo que podríamos decir que la tentación de Judas (aún sin mala intención)

Estoy hablando de una tentación nuestra que fuera similar a la de Judas pero sin la mala intención que el tuvo.

La tentación de pensar que está mal hacer cosas caras para Dios.

¡Qué difícil es escribir bien!

Pido disculpas.

Juan Ignacio dijo...

Leo en Embajador en el Infierno este texto que explica mejor mucho de lo que quise decir:

Y, como siempre, el falso pretexto de los pobres. Era escandalosa aquella manifestación de riqueza y de belleza cuando había quien pasaba hambre. Yo no sé si una almoneda de coronas y de mantos hubiera resuelto una semana de hambre de los pobres de España. O dos. Lo que sí sé es que se les hubiera quitado ya lo único que poseían. El amor y las lágrimas. No las lágrimas de sus carencias sino esas otras mucho más valiosas, esas sí gratas a Cristo y a su Santísima Madre, que son las lágrimas de su amor.

Esos Crucificados de bellísima factura, esos Nazarenos de mansedumbre y amor, son, sobre todo, el Cristo pobre y de los pobres. El Cristo del consuelo, del amor y la esperanza. Y esas Vírgenes hermosísimas, ataviadas con sus mejores galas, no hieren al pobre con su lujo, es el único lujo que no suscita envidias sino quereres. No visten lo que han robado a los pobres. Lucen lo que los pobres le han dado. También los ricos, ciertamente. Pêro los pobres sienten, saben, que, sobre todo, van vestidas de amor. De amor de ellos y hacia ellos.