viernes, 3 de diciembre de 2004

Rezo - Razono

Que un confesor criteriosamente indulgente te dé palabras de ánimo puede no ser suficiente, a veces somos muy exigentes. Pero si lo dice una santa, ahí la cosa cambia. Santa Teresita hablaba de su amor a la oración pero confesaba sus dificultades para rezar con fórmulas especiales. ¿Digo bien? Ver capítulo XI de "Historia de un Alma". Y eso anima un poco cuando andamos con ciertas dificultades similares. Y no creo que sea falso o injusto este ánimo obtenido (o sea, no creo que sea un disfraz de una actitud de conformismo con un defecto).
Mi madrina me dijo anteayer que rece un Avemaría por ella al día siguiente, que la operaban. Y cuando me dicen cosas así, mi cabeza razonadora entra a buscar lógicas y porqués. Y yo me dije: "yo le voy a rezar a Dios y a la Virgen, le voy a pedir que le vaya bien a mi madrina, porque realmente me interesa que así sea, pero esa petición no la puedo formular con un Avemaría". Si recé un Avemaría fue porque me lo pidió ella, pero mi cerebro atrancado en la lógica no entendía. Yo primero le pediría a la Virgen por mi madrina, y luego empezaría con el Avemaría, que sería más para alabar a la Virgen (aunque hay una súplica bastante acorde con la situación: "ruega por nosotros, pecadores", pero no es específica: "cuida de mi madrina en su operación").
Para estas trabas, me ha llegado otra luz. En la búsqueda de la perfección personal, es sabido que uno puede centrarse mucho en uno mismo, en las propias fuerzas, sin considerar que las mejores cosas son imposibles de realizar sin la ayuda de Dios. Relacionado con eso está (si no yerro) ese texto de las Confesiones que dice: "da lo que mandas, y manda lo que quieras". Danos lo que mandas, ya que nosotros solos no podemos obtenerlo, lograrlo.
Eso ayuda a no centrarse tanto en las propias fuerzas, como propone el San Francisco de Eloi Leclerc tan paradójicamente en "Sabiduría de un pobre", cuando habla a un hermano obsesionado por su pureza: "No te preocupes tanto de la pureza de tu alma. Vuelve tu mirada hacia Dios. Admíralo. Alégrate de lo que Él es, Él, todo santidad. Dale gracias por Él mismo. Es eso mismo, hermanito, tener puro el corazón. Y cuando te hayas vuelto así hacia Dios, no vuelvas más sobre ti mismo".
Yo me imagino entonces que algo similar a esto que ejercitamos en nuestra búsqueda de la santidad, lo podemos realizar a la hora de la oración. La oración formulada es, entre otras cosas, me aventuro a decir, fruto o germen de un estado de contemplación, ese estado de contemplación en que nos concentramos en Dios y aprendemos a aceptar su voluntad, a confiar en su designio. Es sin duda entonces una oración formulada un acompañamiento ideal (y de superior calidad espiritual) del pedido por las cosas que nos inquietan (que a mi madrina le vaya bien en la operación). Hay algo más importante que el hecho de que a mi madrina le vaya bien, y es el hecho de que se cumpla la voluntad de Dios. Visto de otra manera, cumpliéndose esa voluntad es como le va a ir bien a mi madrina (aunque nosotros, como muchas veces, hayamos imaginado otra forma de "irle bien"). Por eso la oración formulada puede ser algo más sabio que el pedido del niño: "que a mi madrina le vaya bien", al modo en que saber que las fuerzas nos las da Dios es más sabio que pensar que son solo mías.
Por ahora digo "puede ser". Porque de esto poco sé. Y creo que no hay porque dejar de hacer ese pedido primero (que le vaya bien a mi madrina, como yo me imagino que sea irle bien), no hay que dejar de hacer ese pedido porque es lo que queremos, hasta donde sabemos en ese momento. Y si es cosa de niños, pues es volverse como tales y eso está bien, ¿o no?

No hay comentarios.: