miércoles, 22 de diciembre de 2004

Vengo pensando en el sufrimiento como oportunidad para amar

Vengo pensando en el sufrimiento como oportunidad para amar.
Vengo pensando en esas situaciones que hacen "especiales" a nuestras vidas, como tener un hijo con problemas de salud (así o así). Vengo pensando en la cuestión del deseo de ese y otros sufrimientos (así o así).
Es algo muy "ensanchante" al pensarlo, es algo tan vasto... es a la vez tan distinto a lo que piensa el mundo, a lo que pensaba y aún sigue pensando a pesar de que Jesús haya dicho bienaventuranzas para los que sufren, hace ya dos mil años.
Es a la vez peligroso caer en un "romanticismo" que nos aleje de la realidad (algo análogo a ese sentimentalismo morboso que hace querer a los pecadores no a la manera de Dios sino como quien reivindica o aprueba el pecado*; por eso me pregunto quién y cómo puede desear el sufrimiento sin hacer de ello un acto pecaminoso). Teniendo en cuenta ese riesgo, sigamos.
Ver al sufrimiento como oportunidad para amar... ¡algo tan distinto a lo que piensa el mundo, algo casi inhumano! Pero no es inhumano, digamos que es "sobrehumano". Necesitamos que nos "hagan piecito".
Y si es tan sobrehumano se me ocurre pensar: ¿necesitamos una revelación y sólo eso nos puede ayudar para comprenderlo? ¿O hay algunas intuiciones que nos pueden hacer sospechar algo?
Porque escarbando he hallado algunas cosas "naturales" que me hablan de esa realidad "sobrenatural" de la que estoy escribiendo (no sé si es correcto decirlo así: natural, sobrenatural). Cuando yo era chico y había alguien que caía en cama por alguna gripe o lo que sea, eso hacía que toda la familia se mueva; si era un chico, venían a ayudar a cuidarlo tías y abuelas, si era un grande, venían a cuidarlo y también a reemplazarlo en sus funciones (cocinar, por ejemplo) tías y abuelas. Sí, repetí tías y abuelas. Mujeres, son especialistas en eso. Esas "reuniones familiares" que se armaban eran de por sí muchas veces una alegría (para mí al menos, y aunque fuera yo el que andaba medio "cachuzo"). Esa alegría de que esté la familia reunida, esa alegría de compartir con otras personas, esa alegría de ayudar a que la cosa siga adelante, ¡esas alegrías las daban esas enfermedades que había que afrontar! Sí, sí, a veces el enfermo era un poco demandante, "sonaba mucho la campanita", nada le venía bien. Esas molestias las hay, no hay que olvidarlo, no caigamos en lo que ya advertí.
Pero bueno... ahí estaban esas situaciones malas que daban pie a la felicidad... toda una insinuación de algo más grande, toda una pista.
* Expresión de Castellani (mechan mis posts seguido estos días, ya que estoy en uno de sus libros), entendida así por mí, en la parábola de los hijos diferentes comentada en Las Parábolas de Jesucristo.

2 comentarios:

XavMP dijo...

Tal vez, el hecho de que hoy a los enfermos no se los visita o a los viejos se los confina en un asilo para no verlos, represente en realidad un síntoma más de que el hombre se aleja de "esas realidades", a veces lejanas pero sin embargo presentes cada día.

Sin ir más lejos hasta de la muerte nos queiren (¿o queremos?) alejarnos negándola en cada esquina, para encontrarla dos más allá.

De última "esas realidades" no son externas a nosotros y siempre vuelven.

Ignorancia consciente, triste tesoro de la soberbia.

R. Castillo dijo...

Sin duda, es solo a traves del sufrimiento que puede alcanzarse la mayor felicidad. Sólo que ahora solo se le ve como oportunidad para culpar a Dios.