Introducción con Juan Pablo II (26.12.79):
Hoy, en el segundo día de la octava, en la alegría de Navidad, se inserta el testimonio del Protomártir San Esteban.
Y por esto nuestro recuerdo y nuestro corazón se dirigen hoy a todos los que hacen actual con el sufrimiento, con la lapidación, con la persecución, el testimonio dado por Cristo. Recuerden siempre que están en el corazón mismo del misterio de Navidad, como San Esteban Protomártir, a quien la Iglesia venera durante la octava de Navidad, a través de los siglos. Recuerden, pues, todos los que sufren o padecen persecución, que se encuentran en el corazón de la Iglesia, y las palabras que hoy pronuncio son testimonio de ello.
Reflexión con Luigi Giussani (26.12.44):
Que Jesús Niño, por intercesión de la Virgen, nos dé, como a su primer mártir, fuerza sobrehumana para seguirlo por el camino de la Cruz, que es la ley de toda vida, que es la ley de todo amor verdadero, que es - más aún en estos tiempos - la ley de la verdadera amistad con Cristo. Él dará fuerza a sus pobres hermanos los hombres, cuyos días desgraciados hacen tocar con la mano que no estamos hechos de barro.
A nosotros, que debemos sufrir y no queremos; que lloramos y vertemos nuestras lágrimas con amargura impotente; que somos despojados y martirizados, y nos rebelamos con instinto de fieras heridas contra los rudos desgarros; nosotros que debemos morir y huimos de la muerte con espanto y horror. Que nos conceda sufrir en paz, llorar en paz, sentirnos martirizados en paz, morir en paz.En su visión del Apocalipsis san Juan vio delante del trono de Cristo, el Cordero, una inmensa multitud de personas vestidas de blanco, con una palma entre las manos. Preguntó quiénes eran: «Estos son los que vienen de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero [en la cruz y en el dolor]. Por eso están ante el trono de Dios dándole culto día y noche en su templo. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol, ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos» (cf. Ap 7,14-17). Et absperget Deus omnem lacrimam ex oculis eorum. ¡Qué misterio tan maravilloso! Hermanos, en nuestro dolor, recordemos la visión de san Juan, y confortémonos con el dulcísimo pensamiento de que «Dios enjugará todas las lágrimas de nuestros ojos».
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