martes, 31 de enero de 2006

Y sigue la pregunta

"El amor es la respuesta", improvisaba en la entrada anterior. Ahora me quedaré un rato con la pregunta.

Primer punto. El hombre pregunta muchas veces a Dios el porqué del sufrimiento. Y a veces es un fuerte clamor. Al respecto quería comentarles un gran descubrimiento. Y es el siguiente: lo que puede representar el “hacer una protesta[1]” a Dios, como algo que no se contrapone con la fe. Normalmente uno tiende a pensar que la protesta es propio de alguien que no cree. Pero dice Benedicto XVI en Deus caritas est, 38:

A menudo no se nos da a conocer el motivo por el que Dios frena su brazo en vez de intervenir. Por otra parte, Él tampoco nos impide gritar como Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46). Deberíamos permanecer con esta pregunta ante su rostro, en diálogo orante: «¿Hasta cuándo, Señor, vas a estar sin hacer justicia, tú que eres santo y veraz?» (cf. Ap 6, 10). San Agustín da a este sufrimiento nuestro la respuesta de la fe: «Si comprehendis, non est Deus», si lo comprendes, entonces no es Dios.[2] Nuestra protesta no quiere desafiar a Dios, ni insinuar en Él algún error, debilidad o indiferencia. Para el creyente no es posible pensar que Él sea impotente, o bien que «tal vez esté dormido» (1 R 18, 27). Es cierto, más bien, que incluso nuestro grito es, como en la boca de Jesús en la cruz, el modo extremo y más profundo de afirmar nuestra fe en su poder soberano. En efecto, los cristianos siguen creyendo, a pesar de todas las incomprensiones y confusiones del mundo que les rodea, en la «bondad de Dios y su amor al hombre» (Tt 3, 4). Aunque estén inmersos como los demás hombres en las dramáticas y complejas vicisitudes de la historia, permanecen firmes en la certeza de que Dios es Padre y nos ama, aunque su silencio siga siendo incomprensible para nosotros.

Segundo punto. Lo anterior es relativo al creyente (y al que quiere creer). En aquel que no da lugar a la fe, la pregunta puede ser eterna. Si dijimos que Dios no nos da palabras[3] sino que “sufre con” nosotros, el no creyente puede encerrarse en su razón y seguir preguntando. Algo así: “¿Por qué no hay palabras que expliquen el sufrimiento? ¿Por qué Dios “hizo” que no haya palabras para que podamos entender porqué sufrimos?”

Puede que sea ahí cuando la razón llega a su límite. Y el salto lo puede dar con la fe. Porque no se puede volar con una sola ala, se necesitan las dos[4]. El misterio es inescrutable para la razón. Pero hay dos caminos. O bien aceptamos el misterio, y nos dejamos iluminar por él, o nos encerramos en la sola razón. (Aceptar el misterio no es renegar de la razón. Al contrario, partiendo del misterio, buscamos con nuestra razón las posibles “explicaciones”. Si yo no me equivoco, es así como llegamos, por ejemplo, a hablar del libre albedrío y la actitud de Dios de no intervenir, por ejemplo. O hablamos del pecado original. Y otras explicaciones basadas en la fe).

[1] Si acaso no les suena muy convincente la palabra “protesta” y piensan en la traducción, les comento que la palabra alemana (todo según el sitio oficial del vaticano) es “Protest”. No sé si la palabra, que parece similar en ambos idiomas, difiere mucho en su uso.
[2] Sermo 52, 16: PL 38, 360.
[3] Esto se puede prestar a confusión. Para el que crea en Él, Dios dijo palabras para el sufrimiento, como las Bienaventuranzas. Cuando digo “no hay palabras” me refiero a aquellas que respondan a la causa por la cual existe el sufrimiento.
[4] En referencia a la introducción de la encíclica Fides et ratio de Juan Pablo II.

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