martes, 3 de enero de 2006

Algo sobre creyentes y no creyentes en el ámbito de la participación cívica

Antes (quizás, no lo sé) proponer ideas y discutir para formar leyes para la sociedad, era para el creyente proponer al mismo tiempo al Dios en que se basaban. Hoy pareciera que hay que “cuidarse” más.

En cierta forma, es verdad que alguien que no cree no puede aceptar leyes que regulen su vida y estén basadas en cuestiones de fe. ¿Pero qué pasa si esas ideas o leyes son perfectamente razonables? O sea, a pesar de estar fundadas en la fe en Dios, son perfectamente entendibles, tienen lógica y no ofenden ninguna conciencia si se las pone en práctica por el hecho de ser buenas.

Ese podría ser el aspecto válido del “cuidarse”, que tan mal suena: mostrar la racionalidad de las propuestas cristianas; es una labor muy buena hoy en día. Necesaria, digamos.

Pero “cuidarse” es una palabra que sin duda suena mal. Porque cuidarse muchas veces significa temor a proponer a Dios, temor a hablar de creencias religiosas en la sociedad, cuidarse de nombrar a Dios porque ofende. (¿Y no ofende más querer negarlo? Pero dejemos ese tema para otra entrada).

Un creyente puede y debe participar en los mecanismos democráticos que hoy son los que se utilizan para generar las leyes. Decía el cardenal Carlo María Martini en el libro “¿En qué creen los que no creen?” (diálogos con Umberto Eco):
Estoy de acuerdo en el principio general de que una confesión religiosa debe atenerse al ám­bito de las leyes del Estado y que, por otra parte, los laicos no tienen derecho a censu­rar los modos de vida de un creyente que se ajustan al cuadro de dichas leyes. Pero con­sidero (y estoy seguro de que también usted estará de acuerdo) que no se puede hablar de "leyes del Estado" como de algo absoluto e inmutable. Las leyes expresan la conciencia común de la mayoría de los ciudadanos y tal conciencia común está sometida al libre jue­go del diálogo y de las propuestas alternativas, bajo las que subyacen (o pueden subyacer) profundas convicciones éticas. Resulta por ello obvio que algunas corrientes de opi­nión, y por lo tanto las confesiones religiosas también, pueden intentar influir democráti­camente en el tenor de las leyes que no con­sideran correspondientes a un ideal ético que para ellos no representa algo confesional si­no perteneciente a todos los ciudadanos.
Pero a veces el cristiano parece atemorizado (o excesivamente cuidadoso). Estos días el blog “Arguments #” trae un artículo sobre un nuevo libro llamado “Permiso para creer”, que está muy relacionado con esto (al menos lo que he podido leer).

Y un caso “de estudio” fue el de Rocco Butiglione. Para el filósofo Spaemann (a través de "Arguments #"): “triste espectáculo que se ofreció a Europa y al mundo entero cuando el año pasado se rechazó la candidatura de Rocco Butiglione, tras manifestar "sus convicciones personales a propósito de la familia, de la posición de la mujer y de la homosexualidad". El filósofo alemán aseguró que "la cristiandad europea está claramente atemorizada".

Del mismo artículo, el siguiente fragmento que da una pista muy importante para entender y trabajar en el asunto.
Sin la idea de un derecho según la naturaleza, que agradecemos a los griegos, no hay ninguna base común entre creyentes e increyentes. Pero quienes mantienen hoy esta idea son los cristianos católicos. A la táctica de sus oponentes pertenece caracterizar esta idea de una ley moral natural como una idea cristiana y, por tanto, considerarla inaceptable para los no cristianos. Pero esto es injustificado.

2 comentarios:

Milkus Maximus dijo...

me parece muy bueno el siguiente artículo acerca de los fundamentos de la ley natural:
http://www.ecojoven.com/cinco/07/natural.html

Que aproveche

Juan Ignacio dijo...

Buen dato. Ya lo leí. Es un artículo sencillo y claro. Ese Ayllón debe ser un buen profesor. Yo había leído un artículo de él que había publicado el difunto Sweetrome. El tema incluso tiene algo que ver.