"En los siglos III-IV hubo tres persecuciones de cristianos: la de Decio (250), que sirve de marco a Calixta y que fue más bien esporádica, provocada por las presiones de los bárbaros. La de Valeriano (253-60), con un edicto más severo, intentó suprimir sistemáticamente el culto cristiano. En occidente esta fue la más sangrienta y prolongada; murió san Cipriano. La de Diocleciano (303), más centrada en oriente, incluyó destrucción de iglesias, entrega de las Escrituras y sacrificios obligatorios."
"Constantino (306-337), sensible a la evolución de las mentalidades proclamó en 313 la libertad de cultos, y en lo sucesivo utilizó el cristianismo dominante como factor de cohesión del Imperio; buscó controlarlo y convocó el concilio de Nicea para resolver las disputas doctrinales. En el año 330 escogió Bizancio como nueva capital imperial e hizo construir en ella numerosas iglesias, además de palacios y el hipódromo, como en Roma y en Jerusalén. Las nuevas comunidades cristianas, hasta entonces obligadas a practicar su culto de manera clandestina, erigieron basílicas y baptisterios; los padres de la Iglesia, Jerónimo, Ambrosio y Agustín, fijaron el dogma. El intento de Julián (360-363) de restablecer las practicas religiosas tradicionales quedo truncado, pues Teodosio (379-395) convirtió el cristianismo en la religión oficial y prohibió los cultos paganos. A su muerte, la división administrativa del Imperio entre sus dos hijos aceleró la evolución divergente entre un prospero Oriente muy urbanizado, helenizado, cristianizado, y un Occidente más rural, desigualmente latinizado y evangelizado, al que barbarizaban los flujos migratorios."
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