Quizás sirva de algo traer del recuerdo una publicidad gráfica que decía, en referencia al preservativo: "el amor se transmite, el SIDA no". Slogan un poco engañoso. Me hace pensar lo siguiente: cuanto más "me cuido", menos amor esta en juego. Cuánto más necesito cuidarme es porque menos me estoy entregando.
Hay propuestas serias (en esto de buscar combatir el mal del SIDA) que hablan de fidelidad y de abstinencia. Es cierto que hay personas que aún no le encuentran sentido a esas propuestas; así y todo, la Iglesia no puede dejar de decir lo que cree que es mejor. "¿E imponérselo a los demás?", me preguntás.
No es imponer. La Iglesia (estas palabras son mías) cree que el Estado debe buscar tener procedimientos ejemplares, adecuados a la verdad y ve que no lo hace si reparte preservativos. Una cosa es que aquel que no cree o no tiene ciertos principios morales pueda tener al alcance un preservativo (es otro tema), y otra lo es que se repartan dichos elementos a mansalva, que es fomentar ciertas conductas.
"¡Qué fomentar!", me podrás decir, "la gente va a seguir haciendo lo que hace aunque no les des preservativos". En algunos casos puede ser, en algunos casos; pero si no es fomentar, es olvidar otras cosas. Es olvidar que hay que estimular el verdadero amor, el amor de entrega, ese amor que implica confianza en el otro, de quién no me tengo tanto que cuidar sino preocuparme de hacerlo feliz. Y para eso no necesito un cachito de goma, sino un camino en cierta forma largo, un trabajo de conocimiento y de fidelidad, de resignación por momentos, de entrega siempre.
Hablemos de virtudes, que no es hipocresía. Hablemos de lo mejor para el hombre, hablemos sinceramente de eso y trabajemos en esa dirección; no hagamos cosas que vayan en contra de dicho ideal.
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